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Elogio de la sordera
El que escucha está expuesto a oír toda clase de sandeces, de mentiras y de promesas con que a diario nos atafagan.
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Martes, 20 de Septiembre de 2016

No siempre perder la capacidad de audición tiene sus efectos negativos, como pasaré a demostrarlo en los siguientes renglones.

El que escucha está expuesto a oír toda clase de sandeces, de mentiras y de promesas con que a diario nos atafagan. El que no escucha, al contrario, sólo oye su propia música interior. Dicen que los sordos escuchan lo que les conviene. Puede ser cierto.

En días pasados sufrí de una dolencia en un oído y acudí, de inmediato, a donde mi doctora que, como ya lo he dicho, es joven, bonita y talentosa. Sabe muy bien lo que hace. Y además, es paisana.

Resulta que yo no escuchaba por el oído izquierdo. Nunca he sido bueno por ese lado. La izquierda no me funciona bien. Quiero decir que no soy zurdo: ni cómo con la izquierda, ni me santiguo con la izquierda, ni escribo con la izquierda. Todo con la derecha. Pero acudí, de todos modos, para evitar complicaciones posteriores, porque estamos en una época en que la izquierda manda la parada. 

Lo chistoso del caso estuvo en que mi galena sufría en esos días de una gripa severa, que también la tenía escuchando mal. Así que cuando ella me hablaba, yo le contestaba otra cosa, y cuando yo le contestaba, ella tampoco me oía lo que yo quería decirle. Éramos como el cuento del sordo que le dijo a otro sordo: En la calle hay una riña. Cuál niña, le contestó el otro. Sí, una disputa, le repuso el primero. Ah, entonces no era tan niña, dijo el otro. 

Cuando caímos en la cuenta, la doctora y yo nos reímos y empezamos a entendernos por señas y a girar la cabeza hacia la derecha para escucharnos bien. Por ese lado, todo perfecto.

Después de los exámenes de rigor, la doctora me envió a donde el otorrino, como les decimos en confianza a los otorrinolaringólogos. Confieso, ruborizado, que no supe si ir o no ir a la cita con el especialista. En cierta forma me sentía bien, así, medio sordo. 

En primer lugar, no escuchaba las cantaletas diarias de mi mujer, que, como toda esposa que se respete, debe llevarlas a cabo varias veces al día. Cuando ella empezaba, yo le ponía el oído sordo y ella perdía su tiempo conmigo. Inteligente como es me pilló el truquito y se me iba por el lado derecho. Yo giraba, pero los vértigos se confabularon en mi contra.

En segundo lugar, no escuchaba a los cobradores. Las culebras llegaban, me hablaban y se iban, porque yo les sonreía y les contestaba otras cosas. 

Pero, sobre todo, me estoy librando de las campañas oficiales por el Sí, del plebiscito. Cuando veo en la tele al presidente Santos o a De la Calle o a Cristo hablando sobre las bienaventuranzas que lograremos si apoyamos a Timochenko, giro el oído y se me va la voz que no quiero oír. Las ventajas de la sordera.

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