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El undécimo mandamiento
El pecado de dar papaya consiste en darles la oportunidad a los demás para que se aprovechen.
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Martes, 13 de Septiembre de 2016

Algunos dicen que a Yaveh se le olvidó dictarle a Moisés el mandamiento número 11, cuando le dio las tablas de la Ley, en el monte Oreb. Otros, más condescendientes con el Altísimo, aseguran que fue a propósito, para no dañar el nombre de Decálogo. Undecálogo no suena bien. Y no faltan los más prácticos que dicen que no había espacio en la piedra para cincelar un mandamiento más. 

Sea lo que sea, la verdad es que hizo y hace falta otro mandamiento. Los que cumplimos los diez, a pie juntillas, sabemos que si existiera el mandamiento número once, muchas tragedias habrían podido evitarse. O por lo menos ratos desagradables en la vida.

Digo  que los que cumplimos los diez, pero la realidad es que a todo el mundo, incluidos los que no cumplen el sexto o el noveno o cualquiera otro, nos hace falta ese mandamientico: No dar papaya. 

El pecado de dar papaya consiste en darles la oportunidad a los demás para que se aprovechen de nuestra situación. 

Da papaya, por ejemplo, el presidente Santos cuando va a inaugurar obras exponiéndose a las silbatinas y abucheos del público, que no lo quiere ni un poquito. Yo le he dicho: “Quédate tranquilo en tu Casa de Nariño y manda a tus segundones  a que expongan el pellejo ellos, y no, tú”. Pero Juanpa es terco y a veces le gusta dar papaya.

La da, en grado sumo, el presidente Maduro cuando se va a las islas, exponiéndose a los cacerolazos de las doñas, que lo detestan. Y no solamente en las islas. También en tierra firme.

Dan papaya los políticos que se dejan reconocer cuando salen a darse bañitos de popularidad. La gente sabe que son incumplidos y les va mal.

Dan papaya los que van por la calle hablando por su celular de alta gama. Los raponeros aprovechan la papaya y les raponean el aparatico.

Dan papaya los que sacan dinero del banco sin fijarse que hay ojos que los miran y dedos que los señalan, y entonces viene el atraco o el fleteo que llaman.

Da papaya la mujer infiel cuando se expone a que el marido la coja con las manos en la masa. O viceversa. Y entonces viene el llanto y el crujir de dientes. Y las palizas. De uno o de otro lado.

Lo que no he podido explicarme es por qué se escogió la papaya para simbolizar esta situación. Ha podido ser dar manzana o dar banano o cualquier otra fruta. Los historiadores nada dicen al respecto. Se sabe que en las guerras de la independencia o en las luchas entre federalistas y centralistas, al enemigo que agarraban lo fusilaban, amarrado a un papayo o contra la pared.

Cuando el terremoto de Cúcuta, encontraron a Piringo saqueando a los muertos. Lo mandaron a pasar al papayo, pero no había papayos. Lo pasaron, entonces, al cañafístulo.

Tal vez sea ese el origen de la expresión “dar papaya”, pecado grave y peligroso, que comete el que es muy machete o muy soco, y no toma ninguna precaución. (Algún día hablaremos de esas expresiones, soco y machete, y otras cucuteñadas). 

En estos tiempos de tanta inseguridad y de tanta violencia aunque la supuesta paz esté firmada, lo mejor es no dar papaya: no ir al cajero solo, no sacar billetes de cincuenta a la vista de todos (los de cien no se conocen), no dejar el carro sin seguro,  no ir a donde no lo quieran o a donde haya que saltar matones para correr en defensa propia. 

Por eso, agreguémosle a los diez mandamientos, uno más, que faltó en la Tablas de la ley: No dar papaya. Ni siquiera a los de las Farc, que dizque quieren tomarse el poder. ¿Y si nos volvemos otra Venezuela? ¡No me crea tan toche! ¡Que la Virgen del agarradero nos agarre primero!

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