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El hermano mayor
Después de 60 años de cruenta guerra, que ahora es objeto de gestiones de paz más cercanas a la final que nunca. 
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Viernes, 27 de Noviembre de 2015

El presidente Juan Manuel Santos ha tenido la inteligencia de encargar a su hermano mayor, Enrique, de una tarea asaz delicada: meterle el acelerador a las negociaciones con la guerrilla para lograr, de aquí a marzo, la finalización de la más grande obra de su gobierno, nada menos que la firma de la paz, después de 60 años de sangrienta contienda fratricida, que deja como saldo vergonzoso miles de muertos, incluyendo gentes de todos los sectores, la destrucción de inmensas zonas de la geografía y el atraso en todos los órdenes.

Santos no hubiera podido conseguir mejor candidato para la más delicada tarea de su gobierno, aunque cuenta con una delegación del más alto nivel para las conversaciones en La Habana, pero se requería alguien que tuviera ascendencia sobre la guerrilla, y por eso nadie mejor que persona de total confianza que había sido protagonista de los primeros contactos, destinados a reconstruir los puentes rotos desde la época de Andrés Pastrana a quien Tirofijo dejó sentado, como alma en pena, en atiborrada plaza del Caquetá, en presencia de asombrados invitados de todo el mundo.

Enrique, quien fuera presidente del Círculo de Periodistas de Bogotá y uno de los más prestigiosos escritores de El Tiempo, donde publicó durante mucho tiempo la leída columna ‘’Contraescape’’, fue el gestor de la política de paz emprendida por el presidente Santos como principal bandera de su gobierno y que sorprendiera a tirios y a troyanos al iniciarse administración a la que no le han perdonado su bandera blanca pues su antecesor, Álvaro Uribe, y la extrema derecha, esperaban la continuación de la guerra y no la búsqueda de la esquiva concordia, que han intentado sin resultados varias administraciones.

Con la idea de destrabar las conversaciones, enredadas por el tema de la justicia, Santos acudió de nuevo a los buenos oficios de su hermano mayor, quien ha sostenido varias reuniones con el cabecilla de las Farc, alias Timochenko, nombre del más grande héroe ruso de la segunda guerra mundial, con la consigna de conseguir lo difícil, aprobar la firma de la paz antes del mes de marzo. 

Según las versiones, la idea es concentrar en una especie de cónclave, a los negociadores, para que, como pasa con la elección de Papa, los interlocutores no se paren sin que se agoten los temas, el principal de los cuales es, lógicamente, el final de la guerra que ha colocado a Colombia como el único país en el que todavía subsiste sangrienta confrontación. 

Ya se dio un primer paso en la dirección correcta: se ordenó la liberación de un grupo de 30  guerrilleros, para demostrar la buena voluntad del gobierno. 

No fue decisión fácil, me imagino, sobre todo por la oposición ciega de grupo de extrema derecha, que quiere seguir la guerra, como lo han manifestado algunos voceros del uribismo, representado ahora por ilustre dama bugueña, con fuertes vínculos matrimoniales con el presidente de Fedegan, excontralor auxiliar, por más señas.

Ahora, las gestiones están en manos del hermano mayor, que tiene la total confianza del presidente Santos, quien no hubiera podido encontrar mejor candidato para confiarle la delicada tarea de finiquitar el acuerdo con la guerrilla, después de 60 años de cruenta guerra, que ahora es objeto de gestiones de paz más cercanas a la final que nunca. 

Yo, que fui crítico de Enrique cuando trabajamos en el periódico, donde él ocupó altos cargos, lo mismo que la dirección de la desaparecida revista Alternativa, donde debutó como dirigente de izquierda democrática, a pesar de la oposición de su ilustre padre, mi inolvidable jefe que me defendió como león ante las embestidas de personajes envidiosos de esos que sobran en Colombia, enfermos de ineptitud, estoy seguro de que no había mejor candidato para la foto final con Timochenko. 

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