Le dicen Maestro. Yo le digo Magíster, recordando mis tiempos de latín en el seminario. Y es un maestro, de verdad.
En el periodismo regional no hay quien le ponga la pata. Y a nivel nacional, muy pocos lo igualan. Es un maestro para decir las cosas bien dichas. Maestro del lenguaje, de la sintaxis y la prosodia.
Es un maestro para guiar a los periodistas que se acogen a sus enseñanzas, o a quienes el trasegar de los acontecimientos pone bajo su tutoría. Lo bueno es que enseña sin decir que está enseñando. Simplemente aconseja y en el consejo va el flechazo, la enseñanza.
Pero también oficia de maestro de estudiantes de periodismo. Cuando el tiempo le da algún espacio, el Maestro acepta dictar cátedras de periodismo en las facultades de la región.
El Magíster dicta charlas, hace conversatorios, da conferencias. Sabe de periodismo y de literatura y de política. No es político, pero la interpreta, a su manera, es decir, según su catalejo y sus convicciones. Y defiende, a capa y letra, sus principios. Les da duro a sus adversarios, pero lo hace con altura, con dignidad, sin ofensas. Porque ante todo es un demócrata convencido.
Llegó hace muchísimos años a Cúcuta, tantos que ni él ya los recuerda. Y en últimas, no se sabe si nació en Condoto o en Cúcuta, porque quiere a Cúcuta tanto o más que los aquí nacidos. Dicen que el hombre no es de donde nace sino de donde se hace. Y aquí se hizo el Magíster.
Llegó para fundar el periódico El Mural y luego ayudó a fundar La Opinión, donde escaló todas las posiciones, menos la de propietario. Cuando ya no tenía más escalones para subir, lo nombraron Asesor emérito. El titulito le gustó y ahí se quedó.
Ha recibido cantidad de medallas, distinciones, diplomas, placas y pergaminos. Fue Premio nacional de Periodismo, que ya es mucho decir.
Si algún lector no sabe de quién estoy hablando, lo describiré: Es un tipo moreno, agraciado, al que los años no se le notan. Pareciera que el tiempo pasara por encima de él sin romperlo ni mancharlo ni arrugarlo. Es fornido y viste pintoso. Usa camisas juveniles, de colores, se pone tirantas y cubre su crespa cabellera con un sombrero coqueto, pequeño, seguramente importado de las Europas. Es buen conversador, buen bailarín y buen jugador de parqués. Los hombres lo admiran y las mujeres lo persiguen. Aunque, claro, él siempre lo niega. Por modestia.
Hasta ahí todo bien. Lo que nadie sabía, o acaso sus amigos más allegados, era que Cicerón también es un poeta. Poeta de los buenos, de casta, de envergadura. Precisamente ahora en la Fiesta del Libro, que comenzó ayer en la Biblioteca Julio Pérez Ferrero, se hará la presentación de su libro El gran amor, editado por la Universidad Externado de Colombia. El acto está previsto para el jueves 1 de septiembre a las 3:00 de la tarde.
Consíganse el libro para que lo lean, lo paladeen y lo disfruten. Aquí, por falta de espacio sólo puedo dar algunas degustaciones de versos tomados al azar:
Tengo el silencio que bajó por tus sábanas.
Mía, llena de mí, me quedaré para ti bajo las albas siempre acogedoras.
Este acto de amarte a flor de sexo y alma.
¿Cuáles palabras necesito? Las que forman tu nombre.
Aquí caído en tu recuerdo, siento latir la noche.
Estoy aquí, a bordo de tu cuerpo.
Para buscarte no vacilo, rompo toda distancia.
Consíganse el libro y devórenlo, como el más sabroso bocado que nos trajo esta Fiesta del Libro. Y entonces ustedes dirán conmigo: El magíster Cicerón Flórez Moya también es poeta. De los grandes.