
Un informe del DANE y la FAO reveló esta semana una verdad que debería estremecer al país: 14,4 millones de colombianos están en situación de inseguridad alimentaria. Es decir, una de cada cuatro personas no tiene garantizada su alimentación diaria. Y lo más indignante es que esta realidad no fue tendencia, no fue debate nacional, y mucho menos prioridad política. ¿Qué nos pasa como sociedad?
¿Cómo no nos conmueve que haya familias enteras sin saber si van a comer hoy? ¿Cómo no nos indigna que un niño esté muriendo de hambre o sufriendo desnutrición, sabiendo los efectos devastadores que eso tiene sobre su desarrollo físico, cognitivo y emocional?
Fueron muchas las promesas que el gobierno del “cambio” hizo para estos territorios apartados, lo que ellos mismos llamaron la “Colombia profunda”. Pero, desafortunadamente, fueron más promesas que realidades.
El informe muestra que, aunque en las ciudades la inseguridad alimentaria bajó del 24,7 % al 23 %, en las zonas rurales subió del 31 % al 34,2 %, abriendo una brecha de más de 11 puntos porcentuales.
En 18 departamentos del país aumentó la inseguridad alimentaria moderada o grave, y en 10 de ellos —San Andrés, Córdoba, Nariño, Chocó, Cundinamarca, Vaupés, Norte de Santander, Antioquia, Putumayo y Boyacá— el incremento fue estadísticamente significativo.
El caso más crítico fue Chocó, donde el indicador pasó de 18,9 % a 36,3 % en un solo año.
Y aquí hay un dato que no puede pasarse por alto: Gustavo Petro ganó con más del 80 % en el Chocó. Prometió priorizar esta región. ¿Dónde está el cambio?
Las razones del deterioro son múltiples. El fenómeno de El Niño afectó más de 20.000 hectáreas de cultivos, reduciendo la producción de alimentos básicos. Además, la violencia y el desplazamiento forzado expulsaron familias de sus tierras y fracturaron el abastecimiento. Y como si fuera poco, se desperdician casi 10 millones de toneladas de alimentos al año. No es solo un problema de escasez: es abandono institucional y falta de distribución.
La situación también es desigual por género: los hogares encabezados por mujeres tienen una prevalencia del 28,2 %, frente al 23,1 % en hogares liderados por hombres. En zonas rurales, esa cifra sube al 37,3 %.
Y si alguien aún cree que los subsidios están resolviendo el hambre, las cifras lo contradicen. El 40,9 % de los hogares que reciben ayudas continúan en inseguridad alimentaria, frente al 23,6 % de los que no las reciben.
Esto no solo muestra una falla en la cobertura de las transferencias, sino en su eficacia. ¿El monto es insuficiente? ¿Está mal focalizado? Porque dar plata sin asegurar acceso real a alimentos no soluciona nada.
El hambre no se resuelve con cheques. Se necesitan programas integrales: nutrición, salud, producción local de alimentos y metas claras para cada hogar. La política social debe empoderar, no perpetuar la dependencia.
Lo mínimo es garantizar que coman. Pero lo necesario es que puedan construir una vida digna. Hoy, ninguna de esas dos cosas está ocurriendo.
El gobierno, además, decidió reabrir la embajada de la FAO porque en su momento no sabía qué hacer con Armando Benedetti. Y vale una pregunta: si el tema era tan importante, ¿por qué poner al frente a alguien sin experiencia en un asunto tan técnico? La embajada fue luego entregada como premio de consolación a Jennifer Mojica, tras haber sido retirada del Ministerio de Agricultura.
Una oficina que le cuesta millones al país, pero cuyos resultados no se ven ni en el campo, ni en las mujeres, ni en los hogares que siguen sin qué comer.
¿Dónde están los proyectos? ¿Dónde están los programas? ¿Dónde están los resultados concretos? Si este era el gobierno que iba a priorizar la Colombia profunda, ¿por qué el hambre está peor?
Y aquí también hay un mensaje para la oposición: esto es lo que debe importarnos. No los escándalos del día. No las distracciones. Sino cómo garantizar que en Colombia no haya familias pasando hambre. A eso hay que dedicarse.
Porque sí, también en su promesa de la Colombia profunda, el gobierno del “cambio” se rajó. Y millones de colombianos lo están pagando con el estómago vacío.
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