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El boicot norteamericano a los Olímpicos de Invierno 
Es claro que el boicot a estos Olímpicos de invierno deriva de la guerra comercial de las superpotencias.
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Domingo, 19 de Diciembre de 2021

Por la pandemia, los Juegos Olímpicos de verano de 2020 se aplazaron para 2021, teniendo como sede a Tokio. Fuera de permitir el reconocimiento a los mejores atletas del mundo, estos juegos develaron una vez más las grandes diferencias entre los países desarrollados y ese Tercer Mundo pobre y periférico en el cual Colombia ocupa un sólido espacio. 

Ahora hablamos de los Olímpicos de invierno, que se realizarán en Pekín en febrero de 2022, porque Estados Unidos ha promovido un boicot diplomático. Son juegos con un número menor de atletas, restringido a deportes como esquí alpino y de fondo, biatlón, hockey sobre hielo, curling, patinaje artístico y veloz, combinación nórdica, snowboard y skeleton. No obstante, están cargados de simbolismo, dada la presión política. 

Estados Unidos, secundado por Australia, el Reino Unido y Canadá, argumenta que asistir a los juegos sería ignorar la violación de derechos humanos que se da en China, por su estructura dictatorial, las detenciones masivas y las persecuciones contra los uigures y otras minorías. 

El trasfondo es bastante mayor. La Guerra Fría entre soviéticos y norteamericanos quedó atrás. Pero el siglo XXI entrega una nueva, esta vez entre chinos y estadounidenses, por la hegemonía mundial del comercio, que se complementa con la situación de Hong-Kong y la independencia de Taiwán. 

La interferencia política en Juegos Olímpicos no es nueva. Los realizados en Berlín en 1936 atravesaron grandes controversias por lo que representaban Hitler y el nazismo. Nada mejor que la cinta ‘Race’, que muestra la grandeza del atleta Jesse Owens mientras deja al desnudo la confrontación diplomática entre Estados Unidos y Alemania, la predicada superioridad aria, y el racismo norteamericano. Algo similar ocurrió en los Olímpicos de Méjico, al bloquear 40 naciones la participación de Suráfrica por su política de ‘Apartheid’; luego vimos el boicot norteamericano a los Olímpicos de Moscú por la invasión rusa de Afganistán en 1979, lo cual hizo que 60 países se abstuvieran de competir. Y, por supuesto, la represalia rusa a los Olímpicos de Los Ángeles en 1984, en tanto que frenaron la participación de los países de Europa del Este y otros que, en conjunto, habían logrado el 58% de las medallas en los Olímpicos de Montreal en 1976. 

Es claro que el boicot a estos Olímpicos de invierno deriva de la guerra comercial de las superpotencias, que va ganando China, ya que le compra anualmente a Estados Unidos 120 mil millones de dólares, al paso que le vende 539 mil millones. 

En materia de derechos humanos, es cierto que hay notorias violaciones, como ocurre con los uigures, etnia musulmana sunita que se identifica más con Tayikistán y Kirguistán, naciones de Asia Central. Pero los chinos bien podrían recordarles a los norteamericanos las torturas que a diario ocurren en Guantánamo y Guam. 

Del mismo modo, frente a Taiwán, cuya autonomía data de 1949, siendo más ideológica que cultural, como quiera que varios siglos lo identifican con la globalidad china, sería fácil recordarles a los norteamericanos que, Puerto Rico, isla equivalente, debería recibir su independencia porque es más latina que anglosajona.      

El boicot de la administración Biden a los Olímpicos de invierno es innecesario y de cálculo equivocado. Por intereses conocidos, ni franceses ni alemanes lo apoyan. El gran logro hasta ahora, como lo observó el mundo con el encuentro de Xi Jinping y Putin del miércoles pasado, no es otro que el incremento de la solidaridad comercial y militar entre China y Rusia. 

En política internacional, ninguno de los grandes puede tirar la primera piedra. Su falta de coherencia es monumental, y sus argumentos se acomodan según convenga. Estados Unidos, China, Rusia, Francia y Reino Unido, los permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, son todos potencias manipuladoras. Como decía Lord Palmerston, ‘en política internacional no hay amigos, sólo intereses’. 

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