V¿Observa con inusitada preocupación las noticias en televisión sobre los incendios en Australia? ¿Pierde el apetito cuando oye hablar de la deforestación de la Amazonia? Dentro de las múltiples fuentes de malestar psicológico del mundo de hoy, la ecoansiedad es el último trastorno de moda. La angustia surge ante la convicción de que la irresponsable acción humana nos está conduciendo a un
inevitable destino de calentamiento insoportable, inundaciones, hambrunas, extinciones de especies y, en definitiva, un desastre anunciado ante el que la persona se siente impotente.
Los terapeutas de este trastorno dicen que sus pacientes declaran sufrir síntomas propios de la ansiedad, como irritabilidad, insomnio, pesadillas, pérdida de apetito ante el cúmulo de noticias negativas sobre el estado del planeta.
También se dice que cada vez hay más niños afectados por esta angustia ante el futuro. Lo cierto es que hasta la fecha la ecoansiedad no ha sido incluida en el manual de diagnóstico de enfermedades mentales de la Asociación Psiquiátrica Americana, aunque presiones no faltan.
Pero indudablemente hay personas que viven su preocupación por el medio ambiente como una obsesión angustiosa. Incluso hay algunos matrimonios jóvenes que consideran el tener hijos como una irresponsabilidad debido al incierto futuro del cambio climático…pero ¿cuándo ha habido certeza del futuro?
Es decir, se trata de una especie de duelo anticipado, puesto que la ecoansiedad no surge de sensaciones físicas que se estén experimentando, sino de las informaciones de lo que podría pasar en el futuro si es que no se rectifica el rumbo.
Si fuese una reacción ante hechos del presente, la ecoansiedad debería ser endémica en regiones como el Chocó o la Guajira donde la comida del día es un problema, el acceso al agua potable no está asegurado o donde el recién nacido está expuesto a morir por deshidratación. Pero la ecoansiedad parece más bien un trastorno de países ricos donde ya ha dado lugar al nacimiento de toda una rama de la psicología, la ecopsicología, que investiga cómo una relación saludable con la naturaleza contribuye al bienestar emocional del hombre. Relación que tenemos a la mano en nuestro biodiverso país.
Y si lo anterior fuese insuficiente, son recomendables lecturas como un artículo de Michael Cook en mercadonet.com titulado “Apocalipsis de fuego en Australia” donde, aportando perspectiva histórica, sostiene, entre otros aspectos, que “…hay enormes incendios en Australia cada verano. Las ramas caídas, la hojarasca, la maleza, la hierba y los árboles muertos por incendios anteriores se acumulan en el bosque, creando así el combustible para próximos incendios. En los años 50 y 60, el gobierno solía efectuar incendios controlados en los meses de invierno para reducir así esa carga combustible en los meses de verano.
Pero bajo presión del lobby ecologista, la quema controlada se restringió gradualmente a áreas donde las reservas limitaban con urbanizaciones o tierras agrícolas. Como resultado, en las zonas donde no se hace la quema prescrita, la carga combustible crece y crece, hasta estallar en los intensos fuegos estivales que estamos viendo ahora”.