Se cumplen treinta años del final del gobierno de Virgilio Barco en agosto de este año, y se cumplieron cien años del nacimiento de Hernando Durán. Dos líderes liberales y Liberales, con distintas maneras de ser, de ver el mundo y de administrar, coincidentes en la buena fe.
“Los problemas y limitaciones de la democracia solo se resuelven con más democracia, no con menos”. Ese concepto, recogido por A. de Tocqueville en su libro maravilloso sobre la democracia en los EEUU, se lo oí a Barco en numerosas ocasiones en las que tuve el privilegio de acompañarlo en las reuniones, por cierto poco numerosas, en Palacio y en la casa privada, como vicecanciller. Eran tiempos difíciles aquellos del final de los 80.
Ninguna democracia en el mundo, había sufrido al mismo tiempo todas las amenazas estructurales que padeció la colombiana: mafia creciente del narco globalizado, infiltración judicial, policial, militar y periodística, auge narco-derivado de las Farc y del Eln, serio conflicto con Venezuela y mala relación con la región después de las Malvinas, fatiga institucional reflejada en el decaimiento de la venerable constitución de 1886 y una creciente desesperanza popular, en medio de corrupción cada vez más visible.
Los magnicidios de Galán, Hoyos, etc, la bomba en el avión de Avianca, el carro-bomba al DAS, la operación tortuga de las FF.MM., la caída en la Corte Suprema de la corrección en la forma de la ratificación del tratado de cooperación judicial con los EE. UU. que regulaba la extradición, que Barco negoció siendo embajador de Turbay en Washington, y el incidente de la corbeta Caldas en el golfo de Coquivacoa, parecen apenas titulares de una revisión periodística. Pero en realidad son el más terrible conjunto de riesgos que hayamos corrido como nación. Pusieron a prueba nuestra institucionalidad.
El hecho de que después de semejantes retos existenciales hayamos podido no solo sobrevivir sino mejorar sustancialmente, es probablemente la prueba más fehaciente de la capacidad colombiana para recomponerse. Vi en ese contexto de guerra y desesperanza, al Presidente Barco gobernar con dignidad, sin aspavientos, con tolerancia, sin perder el norte gerencial y estratégico que permitió su elección.
Un presidente a quien le gustaba la soledad y no lo dejaban solo; quien antes en su carrera siempre tuvo información para tomar decisiones, pero que desde su solio contemplaba con rabia la incapacidad de nuestros órganos de inteligencia; el informe diario, lo ví varias veces ser arrojado a la basura sin leerlo: “no dice nada que ya no sepa” solía refunfuñar. Ese panorama violento y huracanado, ha impedido ver a Barco en toda su dimensión, a pesar del esfuerzo muy positivo de Deas en su libro, pero al que le falta describir la fuerza enorme con la que el jefe del estado enfrentaba la cotidianidad de un país ¡que no se fue completamente al carajo!
Barco inventó la corresponsabilidad de consumidores y productores en el anatema del narcotráfico; hoy no se hace suficiente énfasis en esa corresponsabilidad, en la cual yace la solución de largo plazo, sea ella legalizar o seguir batallando. Barco legó a Colombia en su momento la más grande extensión de territorios medioambientalmente protegidos, que nos hacen sacar pecho en el contexto mundial. Barco fortaleció la inversión y presencia públicas en esas zonas de Colombia que en Bogotá suelen sonar solamente cuando hay un incendio, un turista muerto o una emboscada del narcotráfico. Barco ensayó el esquema gobierno-oposición, el que le daba espacio a la derecha y a la izquierda desarmadas y que solo pudo funcionar una generación después y enfrentó la protesta social sin represión.
Barco creó una nueva generación de dirigentes, muy jóvenes en su momento, que han probado destreza y empatía. Barco pagó con su salud, toda la entereza y equilibrio que le aplicó a los tiempos más tormentosos de Colombia en el siglo XX. Lo conocí siendo yo gobernador, en Pereira en la campaña del 89-90: “A los cucuteños y a los pereiranos no nos queda fácil hacer política en este país tan bogotano”, fue la frase con que se despidió. Hay que leer más y escribir más sobre los tiempos de ese Barco auténtico, moderno y provinciano, si se quiere de verdad saber cómo nos salvamos. Y que quienes lo acompañamos, no seamos tímidos en su exaltación merecida.