Acabo de enterarme por este mismo periódico que al presidente Santos lo desvela la situación de la frontera, es decir, no lo dejan dormir nuestros problemas cucuteños. Yo sí se lo había dicho hace poco a mi mujer: “Me preocupa la salud de Juanpa. Lo veo demacrado, ojeroso y las pupilas cadavéricas”. “Eso qué –me contestó ella-, estaría enguayabado el día que usted lo vio”.
No le contradije porque a las mujeres es mejor no llevarles la contraria, pero desde entonces yo he sido el que me he estado desvelando a causa de los desvelos del presidente.
Sabido es –lo dicen los médicos- que hay que dormir bien y comer bien y no dejarse ganar del estresamiento. Mi doctora de cabecera, por ejemplo, esas son las tres preguntas que me hace todos los meses: “¿Come bien, duerme bien, vive tranquilo?” Yo le digo que sí, que duermo como un lirón (¿cuáles serán los lirones?), que me como lo que me pongan, y que lo único que me intranquiliza es que los vergajos de La Habana no vayan a cumplir lo que prometen. De resto, todo bien.
Mi doctora, entonces, muy querida ella y paisana además, sonríe satisfecha, y pasa a tomarme la tensión, a medirme las pulsaciones, la respiración, la glicemia y demás, para concluir con una frase que me hace regodear de la autoestima: “Muy bien, está como uno de quince”. Yo le creo -¿cómo no creerle?- y eso cada día me pone mejor. Tan bueno me encuentra, que el mes pasado ocupé la tabla de honor entre todos sus pacientes.
Cuento todo esto no por dármelas, sino para decirle al señor presidente que se busque un médico –ojalá una doctora, tierna y bonita- que lo haga sentir bien, y que le mejore la autoestima, tan pordebajeada como debe estar a causa de las tales encuestas en las que no sube ni con un volador.
Juanpa debería buscarse también un sicólogo o una sicóloga (aquí en Cúcuta los hay muy buenos y muy buenas) que le haga un lavado cerebral y lo ponga a comer y a dormir como Dios manda.
Siendo yo muy niño se quemó la casa de mi abuelo Cleto Ardila. La impresión que sufrí fue tanta, que durante varias noches no pude dormir. Veía las llamas devorando las paredes de bahareque y el techo de palma y las enjalmas y los cabezales de la arriería. Las noches siguientes yo me consumía sin poder pegar los ojos, hasta que mi mamá llegó a mi cama y me dijo: “No sea pendejo, mijo, lo que pasó pasó y con no dormir, no arregla nada”.
Eso es lo que yo creo que el presidente necesita. Alguien que le cante la tabla. Que le diga: “No sea pendejo, usted al fin y al cabo nunca se ha preocupado por la frontera, pues ahora, tampoco. Con no dormir no arregla ni a Colombia ni a Venezuela”.
Porque ahora es cuando más necesitamos un presidente sano y vigoroso. ¿Cómo va a salir a defender el plebiscito, todo tembleque y llevado del que sabemos? ¿Con qué voz recia les va a hablar a los que no estén de acuerdo con “su” paz?
Yo por mi parte, le doy este consejo: Señor presidente: Si las pesadillas lo acosan, si Uribe se le presenta en sueños señalándolo con el dedo acusador, haga lo que yo hacía cuando de niño soñaba con el diablo: Échese agua bendita en los ojos, tápese con la cobija y santo remedio. Y para el desvelo, deje de pensar en carajadas, tómese una agüita de yerbabuena con limonaria y unas gotas de valeriana, y verá que la maluquera se le quita. Y ahí sí, amanecerá y veremos.