Dentro de poco estaremos celebrando el Día del amor y de la mistad, una fecha importante en nuestro calendario de celebraciones. Importante para los comerciantes, que hacen su agosto en septiembre, a costilla de los que nos toca meternos la mano al dril para dar un regalo.
Porque el amor se mide según el regalo. En este caso el tamaño no importa, porque se puede regalar algo pequeñito y la mujer, de ordinario exigente, puede quedar muy contenta. Una joya, por ejemplo. O un perfume francés, de los que vienen en miniatura pero cuestan en maxiatura.
Por el regalo los conoceréis, dice la sabiduría femenina. “¿Qué te regaló el mancito?”, se comentan entre ellas. “Tacañín me llevó a comernos un helado. Con eso me arregló”. ¿Y tú qué le diste?” “¿Yo? Qué tal yo dándole regalos”. Yo no sé por qué carajos la mujer se hace la macheta y no da regalo ese día. Cuando mucho, un piquito. La obligación es de los varones.
Se han visto casos en que la mujer termina el noviazgo porque el mancito (¿o mansito?) no le dio un buen regalo. Como se han visto casos en que el hombre pelea con la novia tres días antes de esta fecha para no tener que darle regalo. Así es la vida.
Antes de que existiera esta fecha dulce y bendecida, no había que saltar matones para conseguir la plata de ese día. Todos los días eran buenos para amar y para demostrarse el amor. Pero a alguien se le ocurrió inventar el Día de los novios, y ahí empezó Cristo a padecer. Pero bueno. Era el Día solamente de los novios.
Ahora la situa se complicó pues redondearon con el cuentico de Amor y Amistad, lo que quiere decir que todos entran en la colada. Hay que darle el detallito a la amiga, a la otra, a la secreta. Y a la suegra y a las cuñadas. Y a la que aplancha la ropa, y a la de adentro, y a la de afuera. Donde quiera que haya una amiga hay que demostrarle la amistad.
Y los maestros y maestras se prestan para el atraco. Desde los párvulos y parvulitos y los más chiquitos crecen con la idea de que hay un día sagrado para demostrar con regalos la grandeza de lo que es el amor. Juegan al compartir, al amigo secreto, al amigo goloso. Y si en la casa no le dieron ni para una chocolatina, si llegó con las manos vacías, lo miran feo y le hacen el fo.
De manera que durante toda la vida, el muchacho, el joven, el adulto y el viejo llevan impregnada la idea de que los regalos son los que prueban la intensidad y la calidad del amor y de la amistad, lo cual no es cierto.
Una flor, un poema, una canción o simplemente un apretón de manos pueden tener un mayor significado que un paquete grande, que, a la final, puede no ser sino eso: un paquete.
Cuando se daban serenatas de amor, con boleros que resonaban por toda la cuadra, bajo la luz de la luna, el amor o la propuesta quedaban plenamente demostrados con las canciones. Eso sí, la serenata debía darse antes de que los músicos se emborracharan, porque después de beodos agarraba cada músico por su lado y se formaba un gatuperio de desamor en lugar de una serenata de amor. Supe de amores desbaratados a causa de una serenata mal dada.
Ahora no hay ese problema porque ya no se dan serenatas con instrumentos de cuerda y voces enamoradas, como las que se escuchaban en aquellos tiempos, sin que fuera el Día del amor y la amistad. Cualquier noche con cualquier luna era buena para decirle “te amo” al ser querido. Pero se acabaron las serenatas. Y ahora toca con regalos. Los tiempos cambian, sí señor.