Cuentan las crónicas judiciales que en cierta ocasión un tipo mató a su gran amigo porque le dijo hijueputa. El homicida reconoció el delito, pero en el juicio el juez le dijo: “Consta en el expediente que usted y su amigo se nombraban la madre a cada rato y nunca había pasado nada. ¿Por qué en esta ocasión usted reaccionó de esa manera?”
-Por el tonito, señor juez. Por el tonito con que me lo dijo.
Hago esta breve y descarnada introducción para tocar el caso del vicepresidente Vargas Lleras, en Tibú, cuando se refirió a los venezolanos que por allí había, llamándolos “venecos”.
Habría que escuchar las grabaciones del incidente para saber el tonito con que el Vice se refirió a nuestros vecinos, anteriormente llamados hermanos. No se sabe si lo dijo con tonito normal, sin mamadera de gallo, o lo dijo con la misma santa ira con que agarra a cocotazos a sus subalternos. Porque dicen los que lo conocen, que el hombre se sale con frecuencia de la ropa y reacciona con cierta violencia.
No voy a defender ni a atacar a Vargas Lleras, quien, entre otras cosas, dizque se prepara para aspirar a la Presidencia de la República. Lo que sí quiero decir es que los funcionarios venezolanos de este régimen le ponen mucha tiza a cosas intrascendentes, tal vez, como dicen los politólogos, con el ánimo de ocultar sus propios problemas desviando la atención pública hacia asuntos de poca monta.
Peor aún. Dice el refranero popular (biblia para nosotros los campesinos), que el que tenga rabo de paja no se arrime a la candela. Y en este sentido, su señor presidente Maduro y otros altos funcionarios lanzan, a cada rato, ofensas de grueso calibre a todo el que no comulgue con su revolucionarismo, sea venezolano o de otros países. Maduro insulta, gruñe, patalea y amenaza, sin que nadie le diga nada. Tienen rabo de paja para que vengan ahora a sentirse lesionados por una referencia lingüística, que muchas veces se usa como gentilicio popular.
Me gustaría saber si el presidente Maduro se ofende cuando le dicen “cucutoche”, como algunos llaman en lenguaje coloquial a los nacidos en Cúcuta.
Que yo sepa, ningún bogotano se siente ofendido porque les digan rolos, ni los boyacenses porque les digan boyacacunos, ni los bumangueses, bucaramangueros. A los pamploneses les dicen pamplonudos y a los de Atalaya, atalayeros, y no pasa nada.
Ni siquiera los negros se sienten lastimados cuando se les dice negros. Mi amigo del alma Pedro Cuadro (q.e.p.d.) cuando yo le preguntaba “Ajá, negro, ¿y tú qué?”, me contestaba con una carcajada larga y blanca: “Aquí, cuadro, trabajando como un blanco para vivir como un negro”.
Y los pastusos ríen y gozan con los chistes de pastusos, en los que se les muestra como tontos, que no lo son. Y ellos mismos inventan y cuentan sus propios chistes.
Porque hay que saber vivir. Hay que dejar de ser tan solemnes y ponerle pimienta y un toquecito de ají, a la vida. Tengo grandes amigos venezolanos, que ni se inmutan al decirles venecos. Así debe ser. Afortunadamente.