Como todo el mundo sabe, mañana celebra la Iglesia el día de los santos inocentes, aquellos muchachitos que murieron degollados por orden del rey Herodes, quien, asustado porque había nacido otro rey, el de los judíos, dio semejante orden para que entre ellos cayera el niño Jesús.
Digo todo el mundo por decir algo, pero la verdad es que me refiero a los viejos. Los muchachos de ahora nada saben sobre los tales inocentes ni las inocentadas que alguna gente acostumbra hacer este día.
Las inocentadas, también llamadas pegas, son chanzas que en ciertas regiones les hacen, o se hacían unos a otros, como darle a la visita un tinto con sal en lugar de azúcar, o enviarle a la amiga una caja de regalo con un sapo adentro, o dar una noticia falsa. Hacer alegrar a alguien diciéndole que se ganó la lotería, o hacerle creer que lo nombraron en un cargo oficial, son inocentadas. El que es bobo, come cuento y cae en la pega. Con la frase “pásela por inocente”, se le hace saber al inocentón que todo era una mentira, que las cosas siguen como antes o peor que antes.
Recuerdo que en mis años infantiles, ¡ah, tiempos aquellos! en Las Mercedes sólo había un aparato telefónico, instalado en la asentía del pueblo, a donde iban las gentes a contestar las llamadas que les hacían de otras partes.
Pues bien, el día de los inocentes, a mucha gente la hacían ir hasta el teléfono a recibir una llamada falsa. “Díganle a doña Escolástica, por los lados del cementerio, que tiene una llamada”. La viejita corría, pensando que era su hijo que estaba en el cuartel, que la llamaba. Cuando iba llegando, sofocada pero alegre, los muchachos le gritaban: “Pásela por inocente”. En el día, ese 28 de diciembre, se sucedían varias de estas llamadas.
Pero parece que la costumbre se acabó como se acabó jugar a los aguinaldos, como se acabaron muchas otras cosas. Era una costumbre de pueblos y campos, más que de ciudades, donde, por la influencia de los adelantos tecnológicos y el agite de la época moderna, no hay tiempo para jugar entre familias y amigos.
Afortunadamente existen todavía ciertas personas, empeñadas en no dejar que se acaben las inocentadas. Se trata de gente que hace reír con sus pegas y se preocupan porque los demás gocen con sus gracias y sus originalidades.
Entre ellas, sobresale el presidente Santos, a quien llaman Juampa, que vive haciéndonos inocentadas y pegas a sus gobernados.
Por ejemplo, tiene una constitución, su constitución de bolsillo, con base en la cual dice que está gobernando. Y las mayorías del Congreso, lo aplauden, sabiendo que se trata de una inocentada más. La inocentada del IVA hace reír al Presidente, a carcajadas. Nosotros no nos reímos porque sabemos que es en serio.
En Suecia y Noruega también hacen inocentadas al mundo entero con la entrega de los premios Nobel. Este año le dieron el de Literatura a un cantante y el de la Paz a Juampa, que apenas tiene ganas, lo mismo que todos los colombianos, pero que todavía no la ha podido implementar.
Hasta el Papa Francisco se metió a hacernos inocentadas este año. Llamó a una reunión a Santos y a Uribe, que no se pueden ver ni en pintura. Los juntó, le dio un rosario a cada uno, y los hizo que se abrazaran. “Pásenla por inocentes”, les dijo. Pero todavía no era el 28 de diciembre.
Preparémonos, pues, para las inocentadas de mañana. Vamos a ver con qué nos sale el presidente Santos y con qué nos sale Maduro. Seguro que algo se traen entre manos estos dos amigos y vecinos gobernantes. Ellos se aprovechan, porque los dos pueblos somos unas manadas de inocentones.