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De gatos y gatas
Alguien le fue con el cuento a Francisco que mi mujer y yo teníamos ciertas contradicciones.
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Miércoles, 22 de Febrero de 2017

-Cuéntenmelo todo –nos dijo Francisco a mi mujer y a mí, cuando fuimos a cumplirle la cita. Sabido es que el papa cuando sabe de algún pleito o de alguna riña,  invita a los involucrados a hacer las paces en su presencia. Llamó a Santos y a Uribe, pero el tiro le salió por la culata: no hubo acuerdo posible. Llamó a Maduro y a los de la oposición: Nanay cucas. Trump y Peña Nieto, de México, aún no se han hecho presentes.

Alguien le fue con el cuento a Francisco que mi mujer y yo teníamos ciertas contradicciones, lo cual no conviene para la comunidad de la que hacemos parte. Tal vez fue nuestro confesor o algún cura amigo o el que recoge las limosnas. No supimos quién fue el chismoso, pero el papa nos llamó a dialogar bajo su orientación.

-¿Son problemas originados en el proceso de paz de su país?

- No, su santidad –se apresuró a contestar mi mujer, que  siempre se me adelanta.-Apoyamos el proceso, pero con algunas reservas. En eso estamos de acuerdo.

-¿Será por sus posiciones frente a Maduro?

-Jamás –dije yo, rapidito.-En eso no tenemos divergencias.

-¿Lo apoyan? – le brillaron los santos ojitos a Su Santidad.

-Con todo respeto, nos está ofendiendo –le repuse, firme como soy en mis decisiones políticas.

-Ah, ya entiendo –volvió a decir el hombre, seguidor de Ignacio y de Francisco.-Es por Trump.

-Tampoco, excelencia. Le hemos dado los acostumbrados cien días para conocerlo mejor.

-Entonces, hijos míos ¿qué les pasa?

Después de un rato de silencio, dijimos mi mujer y yo al unísono:

-Es por un gato.

El papa no lo podía creer. Abrió los ojos, levantó los brazos y dijo en un crudo lenguaje bonaerense:

-Mirá, ché, no me mamés gallo, como dicen en su tierra. ¿Por un gato? ¿Y por un gato forman esa gazapera? No me crean tan… -iba a decir algo así como una grosería, como cuando le meten un gol al San Lorenzo, pero se abstuvo y en su lugar se hizo la cruz.

-Lo que pasa –empecé a contarle- es que a la vuelta de la casa venden unos gatos egipcios, muy hermosos, y mi mujer quiere comprar uno, y yo no estoy de acuerdo.

-Entiendo –dijo el prelado.-Vos preferís que esa plata se dé en limosnas en tu parroquia, ¿cierto?

-Tampoco,  su santidad. Esa plata nos hace falta para comprar los libros del hijo que todavía está en bachillerato. ¿Usted conoce el rollo ese de los libros en los colegios oficiales de mi ciudad?

-Algo me han dicho, pero ese no es el tema ahora.-Indudablemente el papa estaba molesto. Se le notaba en la voz y en los ademanes, pero no era nuestra la culpa. Él nos había convocado y ahí estábamos como fieles vasallos.- Es inconcebible que vengan hasta Roma por un gato –siguió diciendo.

-Lo que pasa –dije yo- es que mi mujer quería un gato en la casa para el día de los gatos.

-Mentiras –gritó ella.-Diga la verdad. Es que él quería una gata.

-¿El día de los gatos? –se extrañó su Santidad. -¿Y cuándo es eso?

-El 20 de febrero. ¿No lo sabía usted, que todo lo sabe?

-El que todo lo sabe es Google, después de Dios, naturalmente- dijo Francisco.-Miren, señores –su voz era seria-. Váyanse con su gatuperio a Colombia, donde perros y gatos y ratones andan en una sola trifulca. Que Dios los bendiga. –nos dijo y se retiró a sus habitaciones.

Regresamos a Colombia como habíamos ido, sin que nadie se diera cuenta. No queríamos que nuestras vecinas, cuñadas y tías nos llenaran de encargos: novenas, medallitas y rosarios. Nadie se enteró. No subimos fotos al face, no comentamos nada.

Cuando abrí los ojos, alcancé a escuchar a mi mujer que decía” Se queda dormido frente al televisor y empieza a soñar con las noticias”. El papa, como el santo de Asís, hablaba con ternura de los gatos.

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