La Opinión
Suscríbete
Elecciones 2023 Elecciones 2023 mobile
Columnistas
De cafetero a médico
Estuvo de cumpleaños el doctor Caceritos, como le dicen sus amigas, las empleadas de la Clínica Norte.
Authored by
Miércoles, 13 de Noviembre de 2019

Como fue el último de la camada, a Rosendo le tocó hacer los oficios de la casa, por los que ya habían pasado los nueve hermanos mayores. Desde la vereda Palo Colorado, en Chinácota, tenía que ir hasta el pueblo a comprar los fósforos, las velas y los tabacos que, a veces, se les olvidaban en el mercado del domingo. 

Era a él a quien mandaban a la huerta casera a traer el racimo de plátanos y las yucas para el almuerzo. Alimentar diez o doce bocas no se hacía con un par de chochecos, ni con media libra de carne. Y si no alcanzaba, ahí estaba el menor, Rosendo, para que solucionara los problemas.   

Por eso, a la salida de la escuela, el niño, de diez años, no podía irse, con los amigos de las fincas vecinas, a los cafetales a cazar pajaritos o a matar lagartijas o a robar mangos y naranjas. A él le tocaba ayudarle a la mamá en la industria casera: moler café, empacarlo y venderlo.

El papá, don Antonio Cáceres, había montado ese pequeño negocio, vender café molido, al que acudían las amas de casa de la vecindad.  Café Radio, como se llamaba, era la sensación porque les ahorraba a las señoras la pereza de tostar el café y molerlo, para su uso diario. Desafortunadamente el papá falleció y le tocó a la viuda, doña Carmen Orozco, hacerle frente a la situación para alimentar esa catorcera de muchachitos. Rosendito, el menor, tenía apenas cinco años.

Nadie entiende por qué ese nombre, de Café Radio. Dicen algunos que seguramente  por estar a la moda. El progreso empezaba a llegar a Chinácota, los radios estaban en su apogeo, y un café molido y empacado, con ese nombre, tal vez tenía mayores ventas. El viejo le jalaba al mercadeo.

A pesar de la falta del padre, el negocio siguió creciendo y Rosendo se convirtió en el ayudante número uno de la mamá. Tostaba, molía, empacaba, vendía y cobraba. Pero una crisis a nivel mundial del grano, afectó también a Café Radio, y la empresa debió ser clausurada. Rosendo, que cursaba bachillerato en el San Luis Gonzaga, debió venirse a Cúcuta, a vivir con una tía, y se hizo alumno del colegio Sagrado Corazón de Jesús, donde se graduó de bachiller, y de donde pasó a la Universidad Nacional a estudiar medicina.

Con el cartón de médico bajo el brazo y el baulito con su ropa, Rosendo Cáceres Durán regresó a Cúcuta a hacer el internado en el hospital San Juan de Dios, hizo el rural en Salazar de las Palmas (donde le fue muy bien porque además se consiguió a la cucuteña Anita Orozco, con quien se casó), y se vinculó definitivamente al San Juan de Dios, en el edificio, donde hoy, restaurado,  queda la biblioteca Julio Pérez Ferrero.

Con frecuencia me encuentro con el doctor Rosendo  en la Biblioteca. Asiste a los eventos culturales que allí se realizan (el hombre es un enamorado de la cultura en sus diversas manifestaciones), pero siempre se detiene frente a los pabellones en los que se dio a conocer como anestesiólogo. Se le humedecen los ojos, el alma se le llena de recuerdos, suelta un montón de suspiros y se aleja con la cabeza gacha, atribulado de nostalgia.

Ayer estuvo de cumpleaños el doctor Caceritos, como le dicen sus amigas, las empleadas de la Clínica Norte, que compartieron con él muchas horas de su trabajo, después de que el San Juan de Dios se convirtiera en el Erasmo Meoz. 

Seguramente recibió en su día, y seguirá recibiendo, muchas felicitaciones, muchos piquitos y muchos abrazos, porque el doctor Caceritos es un ser excepcional: sabio, pero sencillo; poseedor de una vasta cultura, pero no se las da; reparte cariño y amistad a manos llenas, sin esperar nada a cambio; tiene un maravilloso don de gentes que esparce por donde quiera que camina. 

Se siente orgulloso de su esposa, ya fallecida, y de sus cuatro hijos,   todos profesionales (médicos, los dos varones), y orgulloso de sus amigos, que los tiene por montones, y de sus papás y hermanos y demás familiares.

Rosendo Cáceres Durán, sin querer queriendo, se metió para siempre en la historia de Cúcuta y en la del hospital San Juan de Dios. Ojalá que todos estos días le sigan cantando el japy verdi. Que bien merecido se lo tiene.


   

Temas del Día