Mira, Nicolás, que nos vas a dañar el puente. Mejor dicho, por tu culpa se nos va a averiar el puente que ahora nos divide y que antes nos unía. Porque una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.
Cuando el puente servía para lo que sirven los puentes, es decir, para unir una orilla con la otra o dos pueblos o dos naciones, no había problema porque los pasantes lo hacían con cuidado, sin atropellarse, sin estampidas.
Pero cuando quienes pasan son gentes necesitadas, hambrientas, que ven al otro lado una esperanza de vida o un rayo de libertad, y se lanzan en avalancha incontenible, donde ni las armas de los uniformados ni los gritos de los gobernantes los detienen, ahí es cuando empieza Cristo a padecer.
No digo Cristo, nuestro ministro, sino Cristo, el de arriba, y con él, ustedes y nosotros, los de allá y los de acá.
Ustedes, porque al ver esa avalancha de miles y miles de necesitados cruzando el puente internacional, el mundo entero se dio cuenta, una vez más, que en tu país hay hambre, miseria y muerte, a pesar de tus esfuerzos y los de tus compinches (Vielma, Diosdado y otros) por ocultar lo inocultable, a pesar de querer tapar el sol con un dedo.
Perdiste tú, Nico, porque quedaste como un vulgar mentiroso e inepto gobernante, a quien el país se le salió de las manos.
Dijiste que con el cierre de la frontera se acabaría el desabastecimiento y fue peor. Dijiste que se acabaría el contrabando y fue peor. Dijiste que se acabaría la inseguridad y fue peor.
De paso, nos hiciste quedar mal, porque los cucuteños somos francotes, decimos siempre la verdad y no le hacemos mal a nadie. Pero tú fuiste la excepción.
Qué vainazo nos echaste, Nicolás.
Y, de ñapa, ahora que tu pueblo se volcó hacia nuestras tiendas a llevar lo que podían, se nos está agotando la harina, el aceite y el papel higiénico. Pero no importa. Para eso son los hermanos, para ayudarse mutuamente.
Sin embargo, lo que más me preocupa es el puente. Tengo miedo de que tanta gente a la vez, domingo tras domingo, sobre el puente, comience a averiarlo, a romperlo, y si el puente se quiebra, ¿con qué lo curaremos? ¿Recuerdas la canción que de niños cantabas en Carora, tu barrio cucuteño, donde jugabas al puente está quebrado, con qué lo curaremos, con cáscara de huevo, burritos al potrero?
Qué nos íbamos a imaginar, que más tarde, por tu culpa, nuestro puente, tu puente, fuera a servir para que tu gente saliera huyendo de tu mal gobierno, de tus arbitrariedades.
Mira, Nico, aquí entre nos. Ya te lo dije una vez y ahora te lo repito. Deja a los venezolanos que se las arreglen como puedan. Tú no eres de esa camada. Tú eres de la nuestra. Vente y te ayudaremos a conseguir un camioncito para que vuelvas a tu verdadero oficio. Muchos de los de aquí, todavía te apreciamos, a pesar de los pesares.
Mete el rabo entre las piernas y aprovecha una de esas estampidas dominicales, camúflate y vuelve a nosotros. Lo que sea, pero no sigas poniendo en peligro nuestro puente. Te lo rogamos, cucuteñísimo Nico.