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Conversando con el Negro
Lo único cierto es que ya se nos fue, y, en serio, nos va a hacer falta. Usted era ya un personaje cucuteño.
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Martes, 18 de Febrero de 2020

Negro Manolo o José Alcides o como se haya llamado:

Mis respetos para usted.

En primer lugar, lo respeto porque acabo de saber que usted se largó hacia la eternidad. Marcó calavera hace poco, algo que a todos nos tocará, mañana o pasado mañana. Y yo a los difuntos los respeto, les mando de vez en cuando un padrenuestro y un miserere, por solidaridad cristiana y por físico miedo. Y es que soy,  perdóneme la franqueza, de los que les tienen terronera a los muertos, porque dicen que muchos de ellos asustan a los vivos, que les jalan las patas y que vienen a pedir rezos y réquiems. Por eso yo a los muertos los respeto.

Una noche mi abuelo me regañó porque no quise ir a la cocina a traerle un tizón para prender su tabaco. En la casa vecina velaban a un muerto y de golpe me asustaba: “No sea machete, mijo, los muertos no asustan. Los que asustan son los vivos. A esos sí hay que tenerles miedo”.

En segundo lugar, lo respeto a usted, porque fue un verraco mientras anduvo por estas breñas.  Eso de andar de saco y corbata con estos soles cucuteños y estos calores tan hijuemadres, no es de todo el mundo. Usted andaba bajo el sol del mediodía tan fresco como una lechuga, como si fuera una mañana friolenta de navidad, luciendo traje completo, corbata, chaleco, camisa blanca y saco.

Precisamente a usted lo conocí de cerca, el día que, estando yo en la puerta de mi casa, usted pasó por la mitad de la calle, luciendo gafas negras, con montura de carey. Yo lo observaba con detenimiento y alcancé a murmurar en voz baja: “Otro loquito que nos mandaron de Bucaramanga”. Ese era el cuento: Que las autoridades de Bucaramanga mantienen limpia su ciudad de locos y maleantes, porque los embarcan en los buses que vienen para Cúcuta, le dan una propina al chofer y le dicen que los dejen cerca de Cúcuta. No sé por qué los bumangueses tratan de mandarnos los locos y las basuras.

Usted me miró, se  acercó y me saludó de mano. Mano afectuosa, mano cálida, como son las manos de los negros. Me pidió un vaso de agua, se lo tomó de un solo sorbo, repitió, me dio las gracias, muy decente como son los negros, e hizo el ademán de marcharse, pero yo lo detuve, ¿recuerda?:

-Oiga, tengo dos corbatas, que no uso. ¿Quiere  llevárselas?

   En realidad, tenía tres corbatas, pero dejé una por si las moscas, algún entierro de caché o alguna posesión en algún cargo que me dieran, uno no sabe, a veces la Virgen se aparece. Se las di, las guardó en el bolsillo del saco y se fue feliz de la pelota.

   Yo no sé si usted supo todo lo que decían de usted: Que era un jugador fracasado de fútbol, que alguna vez había tenido mucha plata pero las mujeres y el juego lo habían dejado en la carramplana, o que era un vicioso con sueños de ser magnate.  Por eso también lo respeto, porque le importaba un carajo lo que dijeran en contra suya. Usted era usted, y punto.

   Pero supe otra cosa. Un día de manifestación de maestros, usted iba con ellos, pero por el andén, por la sombrita. Llevaba unos audífonos puestos y daba la impresión de que hablaba con alguien por celular o que escuchaba música. Los maestros se detenían, usted se detenía, Avanzaban, usted avanzaba. Echaban discursos incendiarios, usted escuchaba atentamente. Entonces le pregunté a un policía de la Gobernación: ¿Y el negro es maestro?   

-No –me dijo muy seriamente-. Es de la CIA, informante. Camuflado de loco. 

   Desde ese día lo miré a usted con cuidado. Cierto o no, la bola estaba corriendo, de que usted era un espía internacional y que ganaba en dólares, pero que hacía la musa de ser medio deschavetado, para despistar al enemigo.

Nunca lo supe con certeza, como nunca supe con certeza de dónde era, de dónde venía, cómo se llamaba y a qué se dedicaba.
  
Lo único cierto es que ya se nos fue, y, en serio, nos va a hacer falta. Usted era ya un personaje cucuteño. Una leyenda. 

Un loco sano. Amable, que les echaba piropos a las mujeres y respetuoso con todo el mundo. Una vez lo vi ayudando a pasar la calle a una anciana. Y eso me conmovió. Ojalá todos los locos fueran como usted, amigo profesor. O todos los cucuteños. Buen viaje. Y esté donde esté no deje de usar corbata. ¡No sea toche!     

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