Nos encontramos en lo que es hoy la biblioteca departamental Julio Pérez Ferrero. Lo saludo cariñosamente, pero en vez de darme la mano, la extiende hacia la vieja edificación, para decirme con un tono cargado de nostalgia: “Aquí trabajé yo toda mi vida de médico”. Y siento que el alma se le aprieta y los ojos se le encharcan, pero Rosendo, muy hábilmente, mira hacia otro lado, y no se deja conocer sus debilidades. Recuerdo algún poema: “Que los hombres lloran como las mujeres porque tienen débil como ellas el alma”.
“Allá quedaba cirugía -dice, sin dejarse notar la voz quebrada-, aquí era maternidad, y al otro lado estaba la sala de recuperación. No había UCI. Esas Unidades de Cuidados Intensivos, son un invento moderno, porque la medicina ha avanzado mucho”.
Sigue hablando y un montón de recuerdos se le vienen a la boca y yo me entusiasmo y le sigo la corriente y me contagio de su triste alegría al recordar aquellos viejos tiempos.
Era otra la Cúcuta de entonces, sin los agites de ciudad moderna que ahora quiere ser, y el Hospital San Juan de Dios se erguía como un faro de salud para toda la zona fronteriza, porque aquí llegaban a curarse de sus dolencias no sólo enfermos colombianos sino también de Venezuela.
El terremoto de 1875 derribó gran parte de la ciudad y gran parte del hospital. Cuentan que la reina Isabel de Inglaterra consumía todas las tardes un delicioso chocolate hecho con cacao cucuteño. Cuando supo de la tragedia del hospital, envió un auxilio de variaos miles de libras esterlinas para solidarizarse con las gentes de Cúcuta, que no conocía, pero que cultivaban el cacao que a ella le gustaba.
Rosendo, hoy, a sus 93 años, tiene una memoria prodigiosa y me habla de todo lo relacionado con el San Juan de Dios, al que los mamadores de gallo de Cúcuta, llamaban el hospital san Juan sin Dios, por las penurias que pasaba dicho centro asistencial. Afortunadamente los auxilios llegaban y hasta había médicos que no cobraban por sus servicios allí prestados. ¡Eran otros los tiempos!
Al doctor Rosendo Cáceres Durán, sus amigos le dicen Doctor Caceritos, con mucho cariño, quizás por su figura menuda, quizás para consentirlo. Y él se deja consentir. Pero por dentro lleva un corazón inmenso, lleno de profundo amor por los suyos, por sus amigos, por su profesión y por su ciudad, Cúcuta, porque se considera cucuteño, aunque nació en Chinácota.
Rosendo es modelo 1930, de los buenos, de los fuertes, de los echados pa´lante, de los que ya quedan muy pocos. Uno se lo encuentra caminando en cualquier calle, como si no tuviera más de 90 años, hablando, riendo, feliz de la vida que le ha dado tantas satisfacciones, una excelente mujer (fallecida hace cuatro años), cinco hijos (dos médicos) y sobre todo el cariño de las gentes.
Nació en Chinácota, es bachiller del Sagrado Corazón de Cúcuta, tiró piedra el 9 de abril cuando mataron a Gaitán, estudió medicina en la Nacional, hizo el año rural en Salazar de las Palmas y desde entonces ejerció su carrera en el San Juan de Dios y más tarde en algunas clínicas de la ciudad.
Hace poco la Alcaldía de Cúcuta, la Secretaría de Cultura Municipal y la ciudadanía le rindieron un homenaje por su trayectoria. Cuando lo menciono, sonríe y con su caminadito alegre se va al segundo piso de la biblioteca en busca de algún libro, porque la cultura es su entretenimiento de todos los días. ¡Y no se las da!