A pocos días de la segunda vuelta definitiva: El voto en blanco es una expresión legítima de la democracia. Tanto valor le damos que, cuando es mayor que el de los candidatos, obliga a realizar unos nuevos comicios sin los nombres que se habían presentado y fueron derrotados. Para evitar un posible vacío de poder, esa regla no aplica en la segunda vuelta de las presidenciales. Pero tal excepción no significa que el voto en blanco no tenga una importancia sustantiva. Expresa la inconformidad del votante con las alternativas que se le presentan para escoger y, al mismo tiempo, una apuesta por el sistema democrático que desprecia el abstencionista.
El 17 de junio subirá de manera importante el voto en blanco. Un número alto de quienes sufragaron por Fajardo y una porción menor de De la Calle se inclinan ahora por no votar por Duque ni por Petro. Esa decisión merece respeto y los ataques que se le hacen a quienes se inclinan por esa opción son muestra de intolerancia y agresividad. Eso no significa, sin embargo, que encuentre razón en equiparar a Duque y a Petro. No son lo mismo ni son iguales. El primero defiende el sistema democrático y el segundo tiene tendencias autoritarias. Uno respeta la propiedad privada y quiere incentivar el emprendimiento, el otro cree que la expropiación y el estatismo son el camino. Duque tiene un pasado impoluto, el de Petro es oscuro y está lleno de manchas y de sanciones por detrimento fiscal en su gestión como alcalde. Y puedo seguir: no, no son equiparables.
Es posible que también aumente la abstención, excepcionalmente baja en esta primera vuelta. Ayudarán a ello los partidos del mundial de fútbol, que la elección no parezca apretada y se perciba con ventaja amplia para Duque (los comicios muy reñidos mueven mucho más al ciudadano que entiende mejor el valor decisivo de su voto), que habrá de Fajardo y de De la Calle simplemente prefieran no votar, y que muchos en el Caribe no serán movilizados por las maquinarias.
Habrá diferencias regionales significativas, ya insinuadas en las elecciones de 2010 y 2014 pero más evidentes ahora: Antioquia, el eje cafetero, Huila y Tolima, los santanderes, y la Orinoquía, con clara tendencia a la centro derecha. En la frontera con Venezuela, excepto en la Guajira, un creciente rechazo al socialismo. El pacífico y el sur occidente, hacia la izquierda. La costa caribe, dividida como nunca antes. Y Bogotá con una dinámica propia, única y muy distinta, con un muy fuerte voto de opinión aunque permeado, en algunas localidades, por el clientelismo de Petro en la Alcaldía.
No menos particular es el voto por edades. Los de menos de 25 años están colonizados por el petrismo. A medida que aumenta la edad, también la sindéresis. A partir de 35 la inclinación ampliamente mayoritaria es hacia Duque. En ese voto joven hay, sin embargo, mensajes muy importantes que hay que saber oír tanto para gobernar como para las elecciones futuras, en los temas que son de su interés y en las expectativas que tienen sobre el futuro, la sociedad y el estado.
Por eso mismo, por la creciente importancia de los jóvenes en la masa de votantes, las redes sociales adquieren aún mayor peso. La inmensa mayoría de los muchachos se informa y se desinforma a través de ellas. Cualquier estrategia de comunicación política y de gobierno tiene que tener las redes como pilar fundamental y desarrollar herramientas dirigidas a combatir las crecientes mentiras y la guerra sucia que ahí se desarrolla.
Finalmente, un reconocimiento que resulta fundamental: más allá de la demagogia y el populismo, Petro logró conectar con amplios sectores populares. El único político contemporáneo que había conseguido hacerlo antes fue Álvaro Uribe. De hecho, es el único que hoy compite con Petro en ese segmento y lo que explica que Duque gane entre ellos, aunque de manera apretada. En el apoyo de esos sectores a Petro hay un desafío vital hacia futuro.
Y de eso se tratan estas elecciones: del futuro. ¡Y con el futuro no se juega!