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¿Cómo votan los colombianos?
Los votantes de mayor edad tienden a inclinarse más hacia candidatos de derecha, mientras que en los estratos sociales más bajos se observa una dinámica distinta.
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Miércoles, 24 de Diciembre de 2025

En los últimos días circula un informe titulado ¿Cómo votan los colombianos?, escrito por Eduard Martínez, Laura Sinisterra, Manuela Muñoz y Juan Gélvez, que analiza el comportamiento electoral en las elecciones presidenciales de 2014, 2018 y 2022 a nivel de puesto de votación. El documento combina bases de datos georreferenciadas, información censal y resultados electorales para identificar patrones claros en la participación. Sin embargo, esa “neutralidad” técnica termina por despolitizar un fenómeno que es, en esencia, profundamente político: las elecciones presidenciales.

El informe muestra que la segunda vuelta presidencial no moviliza nuevos electores: quienes votan en la primera casi siempre lo hacen también en la segunda. No existe un “ejército oculto” de abstencionistas que se active al final del proceso. La primera vuelta se ha convertido así en el verdadero termómetro de la contienda. Es allí donde se construyen las coaliciones, se fijan los polos políticos y se definen los ganadores potenciales. Además, el éxito electoral no depende únicamente de crecer en votos propios, sino de lograr que el adversario llegue fragmentado, un escenario que hoy parece plausible ante la persistencia de un centro amorfo y el egotismo de algunos candidatos.

Uno de los hallazgos del trabajo es que, a diferencia de 2014, en 2018 y 2022 el voto en Colombia comienza a alinearse cada vez más con variables sociales como el estrato socioeconómico o la edad. Esto sugiere que el sistema político colombiano empieza a parecerse más a democracias donde el conflicto distributivo y social estructura las preferencias electorales. En consecuencia, el contenido de los discursos y el público al que se dirigen adquieren una importancia central.

Los votantes de mayor edad tienden a inclinarse más hacia candidatos de derecha, mientras que en los estratos sociales más bajos se observa una dinámica distinta. En palabras del propio documento: “puestos de votación con una población con estatus socioeconómico más bajo tienden a apoyar al candidato ganador de izquierda, Gustavo Petro. En Cali, por ejemplo, el apoyo electoral por la izquierda crece más en sectores donde la proporción de viviendas en estratos 1, 2 y 3”.

Asimismo, el informe señala que Bogotá es la ciudad donde las variables sociodemográficas explican con mayor fuerza el comportamiento electoral, mientras que Medellín aparece como el caso opuesto: allí, según los autores, las preferencias políticas son más “homogéneas” entre estratos, edades y niveles educativos. Y es justamente aquí donde surge una pregunta inevitable: ¿homogéneas respecto a qué y por qué?

Medellín no es electoralmente homogénea por casualidad. Lo es porque ha sido, durante más de dos décadas, el principal bastión político, cultural y electoral del uribismo. Una hegemonía que atravesó clases sociales y generaciones, y que se consolidó no solo a través de discursos de seguridad, sino también mediante una narrativa moral, empresarial y conservadora del orden social.

Por otra parte, el informe muestra que amplios sectores del electorado rechazan al candidato ganador, pero aun así este logra imponerse gracias a la fragmentación de las alternativas. El dato es potente, pero la lectura queda incompleta si no se conecta con la debilidad histórica de los proyectos colectivos, la personalización de la política y la incapacidad de convertir el malestar social en mayorías políticas estables. El documento orienta sus conclusiones hacia recomendaciones para campañas electorales. Entender cómo votan los colombianos no debería servir únicamente para optimizar estrategias electorales, sino también para preguntarnos por qué ciertos discursos logran consolidarse, por qué otros fracasan y qué tipo de representación política estamos construyendo.

Colombia entra en una etapa de mayor “polarización social” del voto, un país marcado por la desigualdad, la exclusión y la violencia política. Sería fundamental complementar el análisis con una lectura política que incorpore el papel de los medios de comunicación, de las élites económicas y de las trayectorias regionales. Porque el voto no es solo una decisión racional es también memoria, miedo, identidad y poder, pero igualmente sueños y aspiraciones.


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