Querido viejo:
Empiezo llamándote “querido”, pero no es porque te quiera, sino porque así es como empiezan las cartas. O como empezaban. Porque ya nadie manda cartas. Todo se hace a través de mensajes por WhatsApp, con muñequitos y abreviaturas. La novia no le escribe al novio “te quiero mucho”, sino que le manda un corazón. La tristeza se expresa con una carita llorando, y, al contrario, la alegría, con una carita feliz. Ya la gente no escribe. Por eso nadie sabe escribir.
De modo, pues, que no te alegres porque te digo “querido”, ni te des contentillo diciéndote “ese man me tiene dentro de sus amistades”. No, señor. “Amigo el ratón del queso”, decía mi abuelo.
He de decirte, sin pelos en la lengua, que hace ya algún tiempo te borré de la lista de mis amigos. Cuando llegaste a esta tierra, hace un año, yo fui uno de los que más se alegró con tu llegada. Quemé pólvora, reuní a mis vecinos en el andén de mi casa y jartamos trago hasta el amanecer. Estábamos felices con tu presencia y mi mujer y yo nos abrazábamos una y otra vez y nos dábamos piquitos y todo era una sola fiesta.
¿Para qué? A los pocos días empezaste a mostrar el cobre, a mostrar la cédula, a dejarte conocer cómo eras en realidad: un zángano, un aprovechado, un tal por cual, un promesero, casi como un político, y con eso te digo todo.
Contigo nos hicimos proyectos, lloramos lágrimas de felicidad, comimos uvas, brindamos con champaña y hasta nos pusimos calzoncillos amarillos para recibirte. ¿Y qué pasó? Nos enculebramos hasta la coronilla por tu culpa y no fuiste capaza de darnos una manita con el baloto o con algún mísero chance, aun cuando fuera.
Nos metiste los dedos en la boca con el cuento de la paz. Ingenuos, brincábamos de la alegría porque ahora sí, después de sesenta años, íbamos a vivir como hermanos, en sana convivencia. Y nos saliste con un chorro de babas. Nos hiciste creer en el embeleco de la paz y luego nos hiciste pistola, porque lo que firmaron ni es paz ni es nada sino un revuelto amañado para favorecer a los que quieren llegar al poder, de mamey.
Le diste agallas al señor presidente Santos para que nos clavara la tal reforma tributaria, injusta, arbitraria y desconsiderada. Así nosotros resultamos pagando los perolados de mermelada con que untó a los del Congreso que, satisfechos, le aprueban todo lo que él les ordena.
Cuando creímos que el infame cierra del puente internacional era cosa del pasado, el señor Maduro (cucuteño, de ñapa) volvió a las mismas con los mismos. Y tú, haciéndote el de las orejas gachas, permitiéndole todo.
Dejaste que se llevaran el Cúcuta Deportivo, glorioso y nuestro, a otras tierras. Como si el rojo y negro fueran divisa de todo el que quiera hacer plata a costa de nuestro emblema.
Eso para no citar sino unos poquísimos ejemplos de lo que nos aconteció durante este fatal año de tu mandato. Por no hablar de los familiares y amigos que te llevaste. De las tragedias que ocasionaste, viejo cínico, cobarde y mal nacido.
Pero Diosito, que está arriba, y que se conduele de todo lo que sufrimos este año, nos dará la oportunidad de castigarte como te lo mereces. Por lo pronto te profetizo que pasado mañana, a la media noche, te meterán candela por donde sabemos, y te harán estallar el tripero a punta de bombas.
Que me perdone Dios, que me perdone, porque yo aprendí con el padre Astete que la venganza es un pecado, pero también he aprendido en el libro de la vida que la venganza es dulce y placentera. Y botaremos tus cenizas al viento para que, como dice la canción, no quede de ti ni siquiera el recuerdo.
Hasta nunca, viejo del carajo.