A escasos días de celebrarse a nivel nacional la fecha del Día del Campesino, 2 de junio, los acontecimientos convulsos de nuestro país muestran reiteradamente los obstáculos por los cuales cotidianamente se enfrenta este sector. Uno que constituye el motor de toda economía ya que de él se derivan renglones como son la industria lechera, la avícola, la ganadera, la de curtiembres, la de perfumes para citar algunos.
El campesino es la fuerza inicial que con trabajo arduo logra hacer llegar a los citadinos los alimentos esenciales, aquellos que por fuerza de la costumbre de verlos en las estanterías de los supermercados nos alejan de las vicisitudes por las que han atravesado nuestros compatriotas que por arraigo cultural o necesidad continúan ejerciendo esta bella profesión. Una subvalorada, sin una política de estado consolidada que plasme el real sentido de las reformas agrarias como la estrategia de rehacer, de cambiar aspectos coyunturales entre los que sobresalen la violencia en el campo, el desplazamiento forzado, por acción de los enfrentamientos entre narcotraficantes, paramilitares, terratenientes, el desempleo, la pobreza y el abandono en las necesidades básicas para este conglomerado que suma más de 12 millones en Colombia.
Nuestro país a lo largo de su historia ha planteado dichos cambios, y bibliográficamente podemos hallar 11 etapas desde la vida agraria precolombina, pasando por el origen de las reformas agrarias que data desde los años 1499-1537, la apropiación de la tierra, sus leyes, la organización del Instituto Colombiano de la Reforma Agraria (Incora,) luego reemplazado por el Instituto Colombiano para el Desarrollo Rural (Incoder). Desde la 6º Consolidación institucional que data de los años 1968 y 1972 mediante la Ley 1ª de 1968 se observa que el estado creó estrategias para la redistribución de tierras, y le otorgó la importancia que merece el campesino, escuchando sus propuestas para solucionar los problemas agrarios.
Por lo anterior podemos extraer que, en el papel, se fortalece una visión integral que coadyuve a la articulación en los aspectos sociales, económicos y políticos que incorpora a esta franja de colombianos en las necesidades de mejoras en créditos, la asistencia técnica, y la construcción de vías terciarias que facilite la extracción de los productos del campo.
¿Y en la realidad a donde nos conduce el estado del campesino neto? ¿Cuáles son las necesidades apremiantes por las que se enfrenta cotidianamente? Solo hasta el año 2019 el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane), incluyó en la encuesta política las condiciones reales de la vida del campesinado colombiano.
Empezamos con la pauperización del salario que no supera los 20-35 mil pesos diarios teniendo en cuenta que ellos cumplen son jornales según la cosecha del momento, o sea viven el día a día, no acceden a pensión, no tienen seguridad social, constituyen un porcentaje de más del 46% de pobreza rural, y se adicionan los problemas eternos de ausencia del estado en las necesidades básicas de acueducto, instalaciones hospitalarias, educación. Ese panorama desolador se complementa con unas vías terciarias no atendidas en su totalidad aún con el programa Colombia rural que ha trazado el mejoramiento para facilitar una movilidad más eficiente de los productos.
El campesino vuelve alzar su voz y muestra descarnadamente los problemas en un país que debería ser potencia mundial en agricultura.