Con los compañeros de la Coalición de la Esperanza viajamos esta semana a Cali con el propósito de expresar nuestra solidaridad y escuchar directamente a su gente en estos difíciles momentos que viven. Tal vez los peores de su extraordinaria y alegre historia.
En el momento del aterrizaje en la pista del Bonilla Aragón recordé las muchas veces que con el equipo del Ministerio del Interior llegamos a la ciudad, a hablar de paz, reconciliación, derechos humanos, diálogo, oportunidades, inclusión social, y en ocasiones también a negociar protestas legítimas de sus comunidades. Ahora lo hacía en medio de una peligrosa confrontación, en donde sólo se habla de militarización, control y represión.
Logramos el objetivo de escuchar y comprender la magnitud de la crisis, en una larga jornada con estudiantes de la primera línea, líderes sociales, comunitarios, afros, indígenas, docentes y micro empresarios. Horas más tarde con grandes empresarios y líderes de opinión. Los caleños están tristes, decepcionados, desesperados y angustiados con la situación de su ciudad. Cada uno con una visión distinta y todos tienen la razón. Los jóvenes afros desplazados del pacífico no ven ninguna posibilidad de futuro en la ciudad a la que vinieron en busca de oportunidades, por cuenta de la violencia en el Cauca, Nariño o Chocó.
Los líderes sociales y maestros perciben un gobierno excluyente, ausente de los territorios, que no los escucha. Los empresarios vallecaucanos afectados en forma grave desde la pandemia, sin una efectiva ayuda del gobierno y ahora con los bloqueos y el aislamiento de Cali, reciben una especie de tiro de gracia. La preocupación por el futuro es muy grande y no confían ya en las instituciones del orden nacional ni regional. Pero lo peor de todo el panorama es la exacerbación de un odio de clases, de una confrontación social muy agresiva, que genera un clima de guerra civil no declarada en el territorio, francamente alucinante.
En ese panorama la única salida posible es el diálogo, la negociación, el desarme de los espíritus, y en un régimen presidencialista como el nuestro, gestos y acciones del Presidente en esa dirección. Y lo que vimos los colombianos un día después de nuestra visita a Cali fue exactamente lo contrario. Un gobierno que no comprende la realidad y echa leña a la hoguera de la confrontación nacional. Un mandatario sin ninguna conexión con la gente, aislado y arrogante, que decidió en medio de su inexperiencia e incapacidad, ceder sus funciones a la línea más radical de su partido, encabezada por su jefe natural, a quien en medio de la debacle personal y política que atraviesa, no le interesa el futuro de Colombia sino el suyo propio. Y en ese propósito sólo entiende de guerra, miedo, odio, rabia. Piensa que regresando al país a la situación del 2002 resurgirá triunfante, y se equivoca. Olvida que el país cambió, que ya la gente lo conoce bien y hay una juventud mayoritaria, valerosa e informada que rechaza su figura y trayectoria.
Llegamos tristes y preocupados a Cali y regresamos de allá con la imagen de desesperanza de Lizeth y Sergio, dos jóvenes afros que llegaron a la ciudad desde Suarez, Cauca, huyendo de la miseria y la violencia, y hoy no saben qué hacer. En sus ojos vimos una profunda tristeza. “Soy joven, mujer, afro, desplazada y pobre“ dijo ella, para después rematar con un desolador “no tengo oportunidades en mi vida”. Esos son los jóvenes que están en primera línea luchando en las calles de Cali, como si fuera su última batalla por la vida. Lamentablemente para algunos si lo ha sido.
Que pesadilla la que vivimos en el último mes y que sino trágico el que cargamos. En la peor crisis del país desde el Bogotazo en 1948, nos tocó el gobierno más incompetente y el presidente menos indicado para liderar una salida. Son momentos de mucha tristeza, de incertidumbre. No solo para los caleños, a quienes acompañamos de corazón, sino para todos los colombianos.