El cambio climático es una realidad que afecta absolutamente todo. Desde lo material pasando por lo emocional hasta lo mental. De un lado, los fenómenos climatológicos son de tales proporciones que afectan el equilibrio geopolítico que obliga a repensar las estructuras técnicas y de producción económica de nuestras sociedades de consumo. Por otra parte, estos cambios alteran nuestra percepción de los fenómenos, la definición de prioridades y hasta las emociones de nuestra vida diaria.
Los procesos de urbanización y construcción de la ciudad y el territorio, son protagonistas esenciales y también responsables de estas alteraciones que hacen temer por la disponibilidad de recursos para las actuales y futuras generaciones. Si bien en las ciudades es donde se produce el 75% del PIB mundial, esto tiene el costo de producir el 70% de las emisiones de CO2 a nivel planetario (UNHabitat.com). La definición de cómo usar y aprovechar el suelo, las obras de infraestructura, la dotación de servicios públicos, en especial agua, electricidad y saneamiento básico pone a arquitectos, urbanistas y planificadores en la mira de unas responsabilidades éticas que sin duda ya son reclamadas por los actuales habitantes, en especial quienes no han hecho aún efectivo su derecho a la ciudad.
La huella del hombre sobre el planeta Tierra ha tenido tal impacto y efecto en especial desde mediados del siglo XX y lo que va del actual, que los geólogos propusieron el nombre de Antropoceno para la actual época del periodo Cuaternario, haciéndonos conscientes de que todos como humanidad tenemos un destino común en esta “Nave espacial Tierra” como la denominaría anticipadamente Buckminster Fuller y que es indispensable una adecuada gobernanza y aprovechamiento de los ecosistemas para la supervivencia social y biológica de los seres humanos. Algo aún no entendido y asumido por quienes tripulan la cabina de mando.
La forma de comportarnos y asumir nuestra realidad exige una profunda transformación en las actitudes y procesos frente a los recursos que garantizan nuestra permanencia aunque breve en el espacio y tiempo. Así mismo exige re-pensar la forma en que se construye nuestro entorno. Los arquitectos y urbanistas requerimos un cambio de clima para asumir desde nuestro oficio los cambios climáticos y proponer una estética bioclimática y termodinámica con una actitud ética humana y ecosistémica. La arquitectura y el urbanismo son oficios de servicio y cumplen una función pública. En estos tiempos, los arquitectos estaremos atentos a la dimensión social y colectivo que esto implica y coherentes con la trascendencia política de una labor que sobre todo se ocupa de conformar y organizar los lugares donde tiene realización la vida de todos los seres humanos, nos sabemos y somos conscientes de que somos parte de la solución frente a los problemas causados por los colapsos de la corrupción.
Arquitecto, Esp. Planificación Urbana y Regional, MG GESTIÓN URBANA.
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