Un buen amigo, que envía todos los días por internet un boletín de noticias, y que nos mantiene informados de lo que pasa en el mundo y en estos lares, nos informó en estos días que se está celebrando la semana del abrazo. ¿Quién lo decretó? Sabrá Mandrake, el mago. ¿Por qué? Eso sí lo sabemos. Porque abrazar es de los grandes placeres saludables de la vida. Sentir la barriga del otro (o de la otra) junto a la barriga propia, sentir una dulce presión sobre la espalda para acercarnos a un pecho o a unos pechos, tiene una magia que no se puede describir en una columna. Hay que vivir la experiencia y sentir la apretadita para poder definir lo que es un abrazo.
El abrazo es de creación divina. Cuando Dios hizo al hombre, una vez terminado el muñeco de barro y una vez dado el soplo de vida, el Creador miró lo que había hecho y lo vio tan perfecto, que se dijo: “Esto es mucha verraquera de obra”. Entonces lo llamó con nombre y todo: “Ven a mí, Adán (hecho de tierra), abraza a tu padre y creador”. El hombre, aún turulato, recién salido de las sombras, no sabía qué hacer, ante lo cual Dios demostró por qué era un maestro, no sólo de la ingeniería y de la arquitectura, del diseño y de la escultura, sino maestro de aula, de escuela, de preescolar, de enseñar al que no sabe. Así que le dijo:
-Eso que tienes de la cintura para abajo, se llaman piernas y sirven para caminar. Lo de arriba se llama cabeza y sirve para pensar o para llevar gorrita o sombrero. Eso que te cuelga, a lado y lado del tronco, son los brazos y sirven para abrazar.
Paso a paso, golpe a golpe (porque el man debió haberse dado algunos porrazos aprendiendo a caminar), como en el poema de Machado y la voz de Serrat, Adán se acercó a Dios y ambos, Cielo y tierra, Artesano y su obra, se fundieron en un gran abrazo, el primer abrazo de la creación.
El segundo, es de suponer, fue el tronco de abrazo que le debió pegar Adán a Eva, cuando vio semejante vieja a su lado, pelilarga, rubia, ojos azules, unas piernotas que le llegaban hasta el piso, coquetona, mostrando todo lo que tenía. Ahí sí que no esperó el hombre la orden de Dios. Antes de que el Creador le dijera “Abrázala”, ya el tipo estaba prendido a ella. Fue, como dije, el segundo abrazo, y de ahí en adelante la costumbre salió del paraíso y se regó por ciudades, pueblos y caminos y llegó hasta nosotros. ¡Gracias a Dios!
Y por ser de creación divina es por lo que el abrazo debe ser apretado, bien apretado, para que el diablo no se meta entre los que se abrazan. No se le debe dejar ningún resquicio, ninguna hendija a Lucifer, que anda buscando donde colarse para hacer sus maldades.
Ese es el abrazo de oso, que llaman. Brazos a la espalda, de lado y lado, y lo demás es apretar. Porque ha de saberse que existen varias clases de abrazos: Los de oso, que ya dijimos. Los de que se dan con mordidita de oreja. Los que se dan con jadeos. Los de pésame. Los de felicitación. Abrazos de apenas tocadita, que no despiertan ningún entusiasmo. Abrazos de un solo brazo en el hombro del otro, o de palmadita en la espalda. Con los adelantos tecnológicos, ahora existen abrazos virtuales, por facebook, messenger o wassap.
En los años de Upa, a falta de celular, los indígenas se mandaban abrazos a través de las señales de humo: “Un abrazo para Flecha Veloz, allá en el pueblo de Cúcuta”. “Que gracias –contestaba la operadora- y que lo mismo para Toro sentado, en Las Mercedes”.
Siendo así, y por estar en la semana del abrazo, yo los invito a repartir abrazos a diestra y siniestra, ojalá el de oso, que dizque es el más sabrosón, según dicen. Pero si no hay con quién, también es bueno darse el abrazo uno mismo, frente al espejo, diciéndose algo positivo. Mano derecha al hombro izquierdo, mano izquierda al hombro derecho y murmurarse a sí mismo: “Muy bien, como vamos, vamos bien”. Y se aprieta, bien apretado. Suerte. Y apriete.
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