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Política
La “montaña rusa” de las relaciones colombo-venezolanas
Julio Londoño Paredes, excanciller de la República, hizo un análisis de cómo ha sido el comportamiento entre Bogotá y Caracas, en estos últimos años.
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Domingo, 3 de Agosto de 2025

Desde la disolución de la Gran Colombia, las relaciones entre Colombia y Venezuela han tenido las mismas características de una montaña rusa, con subidas llenas de afecto y entendimiento y bajadas abruptas en las que hemos estado al borde de un conflicto armado.

En las últimas décadas con Venezuela trabajamos juntos en el llamado Grupo de Contadora, que durante varios años luchó por lograr la pacificación centroamericana. Sus trabajos constituyeron la base fundamental para la concertación de los acuerdos de Esquipulas, jalonados por el en ese entonces presidente de Costa Rica, Óscar Arias, lo que le valió el Nobel de Paz.

Sin embargo, el telón de fondo de las tensiones entre los dos países ha residido en el diferendo sobre la delimitación de las áreas marinas y submarinas de los dos países en el Golfo de Venezuela, que todavía subsiste dada la renuencia venezolana de acudir a la Corte Internacional de Justicia o a cualquier otra instancia internacional. Con una absurda convicción de que siempre salió perdedora en los acuerdos y laudos de índole territorial concertados con Colombia. El diferendo sigue sin resolverse.  

Después de la llamada “Crisis de la Corbeta Caldas”, en agosto de 1987, Virgilio Barco y Carlos Andrés Pérez lograron darle una vuelta extraordinaria a las relaciones entre los dos países en todos los renglones. Las relaciones comerciales, que se limitaban a un comercio no registrado de ganado y algunos productos agrícolas colombianos a Venezuela, pasaron a tener una balanza comercial de más de siete mil millones de dólares. Todo cambió. 

Las cosas comenzaron a complicarse con la subida de Hugo Chávez al poder, a raíz del deterioro de los partidos políticos venezolanos y del ilimitado poder de una clase dirigente empoderada. La presencia en el gobierno venezolano de algunos enemigos escriturados de Colombia, como José Vicente Rangel, contribuyeron en gran medida a esa situación. Seguidor y pupilo de Fidel Castro, Chávez consideró que, a instancias de su mentor, Venezuela debía tomar las banderas socialistas de Cuba, así como en la socialización si era posible, de otros estados latinoamericanos.

Las relaciones

Chávez, con el petróleo a más de 100 dólares el barril y reforzado militarmente con ingentes compras de armamento y equipo, además con su estilo y condiciones de líder, se dio cuenta de que el talón de Aquiles de Colombia era el cierre de la frontera, al que acudió en varias oportunidades.

Maduro quebró al país y millones salieron de Venezuela con el sólo propósito de sobrevivir. Aunque una mayoría de venezolanos se estableció en Colombia e hizo aportes en diferentes renglones de la economía colombiana, también llegaron personas nefastas que volvieron a nuestro país más inseguro de lo que era antes.

No obstante, las afinidades de Petro con Maduro, no puede decirse que haya una identidad absoluta. Incluso, en algunas oportunidades personajes venezolanos como Diosdado Cabello han tenido palabras y actitudes amenazantes hacia el gobierno colombiano actual.

El problema ronda ahora en la indiscutible presencia de grupos armados colombianos en territorio venezolano, así como en la evidente participación de las autoridades venezolanas de todos los niveles en el tráfico y comercialización de la cocaína producida en Colombia. La decisión de los Estados Unidos de declarar al llamado Cartel de los Soles como un grupo criminal basado en Venezuela, encabezado por Maduro, complica más las cosas.

Maduro y Petro en la frontera

Igualmente, la creciente participación de China en la compra de crudo venezolano, en momentos en que los Estados Unidos están en plena guerra comercial con ella, es riesgosa para Venezuela.

A diferencia de la situación de los demás países latinoamericanos, con una frontera viva de 2.219 kilómetros las relaciones de Colombia con Venezuela son de la mayor importancia. Fuera de que los dos países son “vasos comunicantes”. 

No hay que olvidar que las relaciones con los demás estados no se pueden manejar por las simpatías o antipatías que el gobernante de turno tenga por los mandatarios de otros estados. El presidente representa a todo un país.

Tampoco se puede acudir a la diplomacia de micrófono o de X, al calor de diferentes condiciones y estados de ánimo. Están en juego demasiadas cosas para proceder en esa forma. Sin contar con que el señor Trump, que considera que es Júpiter encarnado, procede precisamente así. Hasta el punto de que, mantiene en ascuas, no solamente a gran parte de sus aliados, sino a la misma opinión pública norteamericana.

Debemos mantener una posición independiente frente a los Estados Unidos, eso no tiene duda. No podemos estar al vaivén de los estados de ánimo de Trump. Pero es indispensable manejar las relaciones con tino y buen juicio.

Para eso, en nada ayuda tener a la Cancillería, que muchas veces ha sido el ministerio más importante de una administración, con una inestabilidad sin precedentes y simplemente como parte de un botín para ubicar a las personas amigas de la administración.

Londoño

Redacción: Julio Londoño Paredes, excanciller de la República.


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