En la fecha del título, el cronista bogotano Roberto Restrepo, publicaba sus impresiones de viaje en la prensa nacional con el nombre de “Rincones de Patria”, reproducido en el periódico HOY, del cual extraje la siguiente narración.
El personaje se hizo famoso o más bien, reconocido por sus crónicas periódicas que publicaba en los más conocidos diarios del país. En esta ocasión, realizó un viaje a los Santanderes y en particular, me refiero a la entrega que hizo de su viaje a Cúcuta y a la frontera colombo venezolana.
Trataré de ceñirme lo más posible a la realidad expresada en la primera parte de esta crónica, dejando para la segunda entrega un relato sobre la percepción que manifiesta en lo que se refiere a la situación que encontró cuando visitó las poblaciones venezolanas vecinas a nuestra ciudad, escenario que aprovecho para mostrar las grandes diferencias experimentadas en los últimos setenta años.
Vamos a empezar por el comienzo de su desplazamiento a esta región, la que se muestra más bien pesimista a juzgar por los siguientes comentarios: “…en automóvil no se arriesgue usted, son malos los caminos de herradura, los que antes fueron caminos aceptables, y en cualquier mal paso puede usted quedarse hasta que el verano venga a darle vía. Venga en avión entonces. y, tras un corto vuelo sobre las sabanas de Bogotá, enrumban las hélices hacia el norte.
Poco agrada mirar hacia abajo, el avión ha tenido que tomar gran altura y aún así, no escapa de los fuertes vientos que en torbellinos se levanta en aquel suelo excesivamente quebrado. Montañas y precipicios, zonas pequeñas de verdura, contados valles de poca extensión y declives extensos y de superficie amarillenta. Esa es la tierra que el avión recorre hasta Cúcuta, tierras estériles en su mayoría, como las ya agotadas tierras de Antioquia, en que la erosión va haciendo su obra ante muestra indiferencia y que se van trocando en desiertos.
Sólo cuando el avión va acercándose al valle del Magdalena aparecen las selvas, las extensas selvas con sus lagunas y pantanos. Los ríos llevan aguas amarillosas en que se va la tierra que debiéramos defender, en que hacia el mar se precipita nuestra riqueza. Por deferencia del piloto, capitán Mendoza, he podido a su lado y a mi regreso panoramas espléndidos, que desde el asiento común de pasajero es imposible divisar. Y donde aún quedan árboles, las quemas inútilmente prohibidas siguen destruyendo riqueza y oscureciendo el cielo con la calina, pavor de los pilotos y causa de no pocas tragedias de aviación.
El terreno ha tenido, como en Antioquia, influencia decisiva sobre los caracteres del santandereano: gentes altivas, hospitalarias, que hacen de sus palabras un punto de honor, y sinceras en su amistad y hasta en sus odios.
Seiscientos kilómetros de recorrido y estamos sobre el fértil valle de Cúcuta. El aeródromo dista a pocos minutos del centro de la ciudad. Luis Enrique Moncada, gobernador del departamento, Miguel Roberto Gélvis, jefe liberal, desencantado un poco de la política y dedicado ahora de lleno con sus admirables energías a su actividad profesional, Marco Peñalosa, Alcibíades González y otros amigos están allí para recibirme. Más irreconciliables credos políticos se han unido esta vez para rendir tributo a la amistad.
Con tales cicerones no ha habido detalle social sin lugar oculto que haya escapado a mi observación.
El clima, que es ardiente, se ha mostrado generoso, no más exasperante y menos mal así, porque ha sucedido a Cúcuta lo que a otras ciudades distantes de la capital de la república; los poderes centrales la han olvidado, como si no fuera allí, en las fronteras de Venezuela, donde debieran lucir más nuestros alardes de progreso. Y por eso digo que hasta el clima ha tenido compasión de mí, que si el baño frecuente me hubiera sido menester habría tenido que buscar agua en Venezuela. Los servicios públicos en agua y energía son deficientes, y el alcantarillado está por hacerse. El gobierno central debiera tenerlo en cuenta y no abandonar a Cúcuta a su propio esfuerzo, tarea colosal que la asfixiaría.
El acueducto ha tenido grandes averías y sus servicios se prestan por turnos, la luz eléctrica casi no merece este nombre y el progreso de la ciudad se ve retardado día a día sin que de nuestros ministerios salga la promesa de cumplir que haya de remediarlo. El alcantarillado es un problema de doce millones de pesos y las asignaciones son tan escasas que, según cálculos, serán necesarios treinta y seis años para resolverlo, si se sigue al paso desesperante que lleva.
El saneamiento de la ciudad exige dineros, y éstos no llegan. Los mosquitos, aunque pocos, se hallan a su amaño en la ciudad y no hay modo de destruirlos, aunque allí, a pocos pasos, en Venezuela, las obras de detetización han llegado casi a extinguir las plagas. (Nota del autor: la detetización, hacía referencia al uso del insecticida, conocido por sus siglas como DDT, usado en esa época en contra de la plaga de los mosquitos que azotaban las poblaciones colombianas y las de otros país tropicales. El DDT, dicloro difenil tricloroetano, fue excluido de las listas de sustancias activas autorizadas para el uso de productos de protección en 1972 y actualmente está prohibida su producción, uso y comercialización de todos los productos que lo contengan.)
Y este problema nuestro es una pesadilla para nuestros vecinos del otro lado de la frontera, porque nada ganan ellos si destruyen sus plagas, y del otro lado de acá del río les llega en profusión.
Las autoridades de Venezuela han ofrecido ayudarnos en esta campaña, pero somos tan ‘pundonorosos’ que ls ofertas han sido rechazadas.
En alumbrado, por ejemplo, están tan bien los venezolanos, que de un pueblecito al otro lado de la frontera han ofrecido a Cúcuta energía eléctrica, en la cantidad que necesite; pero los desventurados cucuteños tienen que soportar un pésimo servicio porque nuestra ‘dignidad’ no permite aceptar tales ofertas. Pero en cambio, nuestra ‘dignidad’ nada ofrece a Cúcuta para mejorar sus servicios públicos.”
Hasta aquí la primera parte de las apreciaciones, en sus propias palabras. En la próxima entrega, propongo a mis lectores analizar y contrastar la situación de la ciudad y la región, luego de transcurridos siete decenios.
Redacción: Gerardo Raynaud D.
gerard.raynaud@gmail.com
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