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Hace poco más de un año que en Medellín abrió la primera Rage room o Sala de ira, como se les dice en español a los lugares especializados para romperlo todo.
Esta tendencia de pagar para romper cosas se originó en Japón hace casi 20 años, en un sitio llamado The Venting Place en Tokio. “Romper algo, como todos sabemos por experiencia, es algo extremadamente estimulante y ayuda a reducir la ira reprimida. Esperamos convertirnos en la nueva forma en que los hombres y mujeres de negocios alivian su estrés”, dijo Katsuya Hara, el director del lugar, al medio inglés The Telegraph.
El negocio surgió como una forma de alivio para el estrés, la frustración y la angustia que estaba provocando la profunda recesión que atravesaba el país en 2008, y que había desembocado, entre otras cosas, en la caída de las acciones y el aumento del desempleo.
En Medellín surgió por iniciativa de Jefferson Manrique y Estefany Paladinez, como una suerte de alivio a su propia crisis. Porque Jefferson, que es ingeniero de sistemas, quería emprender, montar un negocio propio, que la vida fuera algo más que levantarse a trabajar para otro. Mientras tanto, Estefany atravesaba una depresión que se había desencadenado, entre otras cosas, por la muerte de su abuela.
–Una noche, después de una discusión, yo quise encontrar un lugar para desahogarme y pensé en un gimnasio, un sitio de boxeo, entonces me puse a investigar y buscando en internet encontré las salas de ira y me emocioné un montón, como si me hubiera ganado la lotería, entonces fui a despertar a Estefany y le dije: “Amor, esto te puede ayudar y puede ser una oportunidad de negocio”–, describe Jefferson.
Entonces investigaron más y se dieron cuenta de que había salas de ira por todas partes: en Estados Unidos, España, México, Bogotá o Bucaramanga. Luego aprovecharon un viaje que tenían ya planeado a México para conocer una de las salas.
–Lo probamos y ella lo disfrutó como un berraco–, dice Jefferson.
–Muchísimo. Sentí que en cierta parte solté esa carga que traía de todo. Obviamente, los problemas no se van a solucionar así, pero uno sí siente que se descarga un poco– dice Estefany.
–Cuando salimos nos miramos y dijimos: “La vamos a romper”. La verdad nos gustó mucho, pero hubo un par de cosas que no nos gustaron y que nosotros cambiamos–, recuerda Jefferson.
–¿Qué cosas?
–Que las herramientas que nos dieron no nos gustaron, eran como elementos de construcción y eran incómodos y pesados y en un principio no te daban ganas de usarlos. Tampoco había mucha planeación con el asunto de la música y al final, cuando acabamos no había un espacio como para relajarse, y cuando salimos Stefany estaba como en shock–, comenta Jefferson.
–Sí, salí temblando, como revolucionada, un poco en shock porque había llorado, gritado, me había reído– dice Estefany.
–Entonces nos tocó sentarnos afuera, en el andén, como 20 minutos mientras se relajaba–, evoca Jefferson.
Wrencking Zone, la sala de romper cosas que montaron Jefferson y Estefany va un poco más allá. La dinámica tiene tres estaciones, pero antes que nada, a cada usuario se le entrega una canasta, como de mercado, para que escoja del mostrador las botellas que quiere quebrar. El plan incluye dos botellas grandes, garrafas –que según ellos, son durísimas de romper– dos botellas medianas, que pueden ser de vino o de cerveza por litro, un plato al que se le escriben aquellas cosas que se quieren dejar atrás, y diez botellas pequeñas.
Una vez hecho el mercado de las botellas, pasan a la de boxeo, que tiene un saco para golpear, al que se le pueden añadir fotos de personas o palabras que describen situaciones que se quieren superar. Y un ring en el que se pelea con almohadas y tubos de espuma cuando van varias personas.
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Luego se pasa a la sala para romperlo todo. La estimulación es gradual. Ahí los usuarios escogen la música que va a sonar mientras quiebran las botellas. En la sala también hay llantas y barriles que se puede golpear, pero son imposibles de romper y un closet con electrodomésticos viejos y en desuso como televisores, teclados, impresoras y demás, que se pueden comprar para dañar y van desde los 5.000 hasta los 35.000 pesos. Los electrodomésticos, dice Jefferson, suelen ser los favoritos de la gente.
En la sala están disponibles diferentes herramientas para dañar, desde bates hasta martillos. Allí se entra con un traje de protección para minimizar riesgos de accidente.
Para finalizar, una sala de descanso que incluye un sillón columpio, un puf y dos sillas vibradoras para relajarse antes de salir. En caso de que la excitación sea mucha, está la hermana de Jefferson, que es psicóloga, para acompañar la situación.
También hay una sala con juegos de video, que no hace parte del circuito, pero que se puede utilizar, aunque está más pensada para las personas que están en espera o para cuando hacen eventos para empresas o grupos grandes, y, finalmente, un lugar para tomarse fotos.
El circuito completo dura poco más de una hora, en cada sala se está entre 15 y 20 minutos, y oscila entre los $90.000 y los $160.000, dependiendo de si las personas van solas, en pareja o en grupo. La atención se hace siempre bajo reserva.
No es terapia
Ante el auge de este tipo de negocios en el mundo, la psicóloga especialista en agresión e ira e investigadora posdoctoral de la Universidad de la Mancomunidad de Virginia (Estados Unidos), Sophie L. Kjaervik, y Brad J. Bushman, de la Escuela de Comunicaciones de la Universidad Estatal de Ohio, decidieron estudiar la ira y sus manejos. El informe se titula A meta-analytic review of anger management activities that increase or decrease arousal: What fuels or douses rage? (en español: Una revisión metaanalítica de las actividades de manejo de la ira que aumentan o disminuyen la excitación: ¿qué alimenta o apaga la ira?).
Para eso, Kjaervik y Bushman, revisaron 154 estudios con más de 10.000 participantes, que exploraban la eficacia de distintas actividades a la hora de reducir el nivel de excitación al que nos lleva la ira y concluyeron, entre otras cosas, que de todas las emociones negativas, la ira es la que a las personas les resulta más difícil regular. También, que la sabiduría popular sugiere que desahogarse reduce la ira y la agresión, pero no es así, por el contrario, las actividades que disminuyen la excitación, como respirar, meditar y hacer yoga, reducen la ira, y que correr es bueno para el corazón, pero no para gestionar la ira. Romper cosas en unos sitios como estos es un alivio mínimo, temporal, gracias a la sensación de descarga y liberación de la tensión.
Las llamadas salas de ira, como Wrecking Zone, son espacios lúdicos, de entretenimiento, no resuelven problemas ni reemplazan el acompañamiento terapéutico de un profesional. Estefany misma lo sabe. Para la depresión que ha padecido, ha acudido a terapia, aunque cada tanto rompe cosas, pero sobre todo, golpea el saco de boxeo.
–¿Qué tipo de gente suele venir más aquí?
–Vienen muchas personas que trabajan en call centers, mucha chica webcam también. Llegan la primera vez y luego vuelven con alguna amiga, y esa amiga luego trae a otra y así–, dice Jefferson.
–¿Y entre hombres y mujeres, quiénes vienen más?
–Es como igual... aunque hablando con algunos clientes nos hemos dado cuenta que los hombres prefieren venir solos, las mujeres vienen más entre amigas y vienen muchas parejas. Vienen sobre todo personas entre los 18 y los 40 años. Llegan muchas personas a celebrar cumpleaños, aniversarios, vienen empresas y traen a sus empleados para hacer actividades de recursos humanos y despedidas de año y cosas así. Hemos atendido grupos hasta de 30 personas. También vemos muchos turistas .
–¿Por qué vienen más?
–Por despecho. Traiciones, infidelidades, el tema sentimental–, describe Jefferson.
–¿Quién no puede venir?
–No pueden venir niños menores de 12 años. Bueno, no es que no puedan, sino que para ellos tenemos un paquete especial que no incluye lo de romper cosas, por temas de salud es preferible no enseñarle a los niños a coger las cosas a los golpes. Tampoco pueden venir mujeres en embarazo, ni personas en estado de alicoramiento o bajo el efecto de sustancias psicoactivas. Por lo demás, esto es para todo el mundo, hemos atendido personas hasta de 80 años–, expone.
–¿De dónde sacan tantas cosas para dañar y romper?
–Todo lo que es de vidrio, básicamente nos lo envían algunas distribuidoras, si te fijas son botellas que no se reutilizan, es decir, no son retornables. Los electrodomésticos los conseguimos en el centro, por La Minorista, por ahí hay una calle donde venden chatarra–.
–¿Y qué hacen con toda esa basura después?
–Nosotros trabajamos con Emvarias y una fundación que se llama Libertadores, ellos recogen todo el vidrio, y nosotros se los entregamos separado por colores, porque depende de los colores tiene distintos uso cuando se reutilizan.
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