Huberty Serna Páez, recordado como uno de los líderes de los ‘sin techo’ de Ocaña, supo ganarse el aprecio y la consideración de aquellos que lo acompañaron en esa lucha de procurarle una vivienda digna a quienes por no tenerla, el sistema los hizo descender la línea de pobreza, para tocar el fondo de la indigencia, como le ocurre a millones de colombianos.
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Esa mirada sin embargo no la tuvieron aquellos que siempre se oponen a todo lo que suene a reivindicaciones sociales, aquellos que un día terminaron apartándolo para siempre de su causa, que no fue otra que la cusa de los pobres, de los excluidos, de los que nunca han tendido nada.
Huberty, sencillamente, nacido en el barrio Villa Nueva en la Ciudad de los Caro, fue un carpintero, un tallador de madera, el querido profesor de Bellas Artes de Ocaña y codirector del Grupo Transhumantes de arte y literatura, sociólogo inconforme y un eterno perseguido.
Los que lo conocieron recuerdan pasajes de su azarosa vida, como cuando fue puesto preso por que en las paredes de la sala de su casa tenía colgados como adornos unos sables de la Guerra de los Mil Días, una escopeta tipo ‘Chipún’ y un máuser inservible de la Primera Guerra Mundial. “Un año de cana por ser anticuario, vaya injusticia”, se lamentan sus seres queridos.
Lo obligaron a irse de Ocaña y en Bucaramanga lo continuaron hostigando hasta que lo asesinaron un 11 de septiembre de 1997. Tenía en ese entonces 46 años, recuerdan.
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También evocan que Huberty fue elegido como uno de los hombres más sobresalientes de la Ocaña del Siglo XX, entre una serie de importantes ocañeros de ese siglo, distinción que hizo el más importante periódico local.
El incansable líder abordó el tema de la problemática de la vivienda popular en Ocaña, ciudad que para esa fecha presentaba un alto déficit, lo que obligó a muchos a iniciar la invasión de terrenos para construir ranchos donde asentarse con sus familias.
La lucha de Huberty fue para que se cambiara esa condición de invasores, mediante la intervención del Estado, que tenía la obligación de procurarles un techo digno a cientos de familias, que pasaban penurias hacinados en ranchos de cartón y zinc en la periferia, generalmente en la parte alta donde muy poco llega la acción del Estado, según lo expresado.
Muchas fueron las marchas, los pliegos de peticiones elevados a distintas instancias de los gobiernos local, regional y nacional, los comunicados a los medios de comunicación y el llamado a la solidaridad a los sindicatos, las organizaciones populares, la iglesia católica, los estudiantes, las juntas de acción comunal y todo aquel que quiso hacer casusa con los destechados.
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Mucha también fue la represión por parte de los organismos de seguridad del Estado, han dicho sus familiares, pero que no desanimaron a quienes tenían el propósito de consolidar un proyecto de vida, que era simple, tener una casa donde guarecerse de las inclemencias del clima, un lugar en el que los hijos pudieran crecer mirando al futuro, con el mismo derecho que tienen aquellos que nacieron en mejor cuna.
Se la jugaron toda para tener un pedazo de tierra y a esa aventura le dieron los nombres de barrios ‘La Camilo’, por el sacerdote Camilo Torres Restrepo, que dio origen a dos barrios más: José Antonio Galán, que queda en el norte de la ciudad, y Manuela Beltrán, ubicado en el sur oriente, actualmente conocido como El Bambo.
Las más de 1.200 familias que inicialmente allí se asentaron le deben un justo reconocimiento a Huberty, quien lideró la lucha de los destechados, pero también la gratitud del pueblo de Ocaña para quien lo inspiraba el placer de servir sin esperar nada a cambio.
Sus amigos deben también recordarlo y tomarse un trago en su nombre en tertulias infinitas, porque Huberty defensor de derechos humanos, le dio un sitial preponderante a la amistad, fue leal a quienes tuvo cerca y jamás se negó al consejo, al abrazo y al estrechón de manos sincero.
Su hermano Jorge Humberto, quien también ya partió en el viaje sin retorno, sintetizó en unos versos el talante y su grandeza: Tenías en tu corazón un pedazo de tierra/ Para los destechados que la ciudad ignora/ Pero no había en tus haberes ni un terrón ni una piedra/ Tu nombre habitó en las casas de cartón/ De madera o de plástico/ Y en la callada voz de los sin tierra.
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