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Cúcuta
Fue chofer de Gabo y Botero, ahora es escritor y pintor
Luis Fernando Ruiz, un trotamundos que le ha dado la pelea al párkinson.
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Eduardo Bautista
Eduardo Bautista
Categoría nota
Jueves, 13 de Enero de 2022

“Que no me quiten lo bailao”, es el título de las memorias escritas por Luis Fernando Ruiz Moreno, un trotamundos que le ha dado la pelea al párkinson con su producción pictórica que ya suma más de 500 cuadros y algunos cuentos donde recoge su estancia en diferentes ciudades del mundo. 

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La casa de Fernando en este momento está en La Mesa (Cundinamarca), después de muchos años de vivir entre Cúcuta y Chinácota, dedicado a sus hijos y de estar entre lienzos, paletas y pinceles, cuando la enfermedad le ha dado tregua para la creación artística.

Entonces la pintura se convierte en un mundo maravilloso de colores y recuerdos, que plasma con la dificultad del constante temblor de los dedos, pero que al ganar forma, luz, textura y vida, representan lo andado, lo desandado y el camino que aún recorre pese a las dificultades.

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La pintura para Fernando Ruiz es una válvula de escape para su enfermedad. /Cortesía para La Opinión

 

Fernando ya llegó a los 63 años, acumulando en menos de una década experiencia en las artes plásticas, que descubrió en sus años tardíos y por prescripción de la mujer que compartió con él una parte importante de su vida, quien en 2014,  para el día del padre, le regaló  el bastidor, lienzos, pinceles y el kit completo de pinturas.

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Un año después empezó a hacer sus cuadros, sin preparación alguna, sin tener conocimiento de técnicas de pintura, teoría del color o de composición pictórica, armado solamente con la habilidad adquirida en la escuela para hacer dibujos.

Eso le sirvió de punto de partida y desde entonces no para de pintar; lo hace religiosamente cada día hasta que su cuerpo aguante, combinando la labor pictórica con la escritura de cuentos y un año antes de la pandemia, dedicado a recoger sus memorias, metiéndolas en hojas de texto como quien arregla su habitación y encuentra en viejos y olvidados baúles las cosas que no recordaba pero que fueron primordiales y fundamentales en  su vida.
 

Los libros que el nobel Gabriel García Márquez le dedicó a Fernando Ruiz. /Foto cortesía

 

Las anécdotas y vivencias


La obra de Fernando es consecuencia y concatenación de diferentes etapas de su existencia, desde su natal Bogotá, la estadía en Estados Unidos, los viajes por Europa, Asia y por supuesto su familia y amigos.

Antes de entregarse a la pasión de pintar tuvo muchas ocupaciones, entre ellas como conductor de una limusina en Nueva York, en la que tuvo la oportunidad de transportar a muchas personalidades colombianas, entre ellas el nobel de literatura Gabriel García Márquez y el pintor Fernando Botero.

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“Como apenas empezaba a conducir un automóvil tan largo como una buseta aquí en Colombia, lógicamente que como se dice en el argot del común, me quedaba grande este carro y más  cuando el último que conduje fue un Renault 8 en Caracas (Venezuela) y un Fiat 300 en New York”.

Eso fue cuando apenas tenía 23 años y había  viajado a la gran manzana persiguiendo el sueño americano, montando en sociedad su primer negocio de limousine service en la ciudad de Nueva York para ese menester.

Conserva de esa época los libros de Gabo que le regalaba con dedicatoria cada vez que iba a Nueva York y solicitaba sus servicios.

Fernando Ruiz empezó a pintar ya a una edad adulta, sin ningún conocimiento en artes plásticas. /Foto archivo La Opinión

 

“Cien años de buenas compañías para Fernando, son los deseos de su amigo Gabriel”, en ‘Cien Años de Soledad’, 1984 ; “Para Fernando, del otro patriarca”, se lee en una de las páginas de ‘El Otoño del Patriarca’, 1987, y “Para Fernando, con mis deseos de mejores horas”, en ‘La Mala hora’, 1984.

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“Con Gabriel García Márquez se estableció una relación de mucho respeto pero de gran amistad entre los dos. A sus hijos también tuve la oportunidad de conocerlos personalmente. Gabo profesaba un gran amor por su esposa la señora Mercedes Barcha Pardo, una mujer muy buena persona y dedicada a él en todo lo que le hiciera falta”, escribe en sus memorias.

Fernando Botero, cuando visitaba Nueva York, también lo buscaba, conservando de él unos bocetos que el maestro elaboraba y le firmaba, en hojas blancas que Fernando Ruiz le pasaba durante los recorridos.

 

La pintura de este bogotano, cucuteño de corazón, es elemental. /Foto cortesía

 

Vendedor de esmeraldas


Una parte de su obra pictórica evoca el tiempo en que fue vendedor de esmeraldas allende los mares, fuego verde proveniente de las minas de Muzo, producto insigne de Colombia que Fernando supo comercializar en países de Europa Occidental y de Asia con diferentes culturas como China, Tailandia, Singapur, entre otras.

El cuadro de un huaquero de Coscuez le recuerda esos años en el difícil mundo de las esmeraldas, así como los retratos de los amigos que dejó en los países visitados.

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Este mundo es un mundo muy complejo, ya que es uno donde no existen los valores, ni la ética, la única verdad es el dinero y las verdes gemas que cuando las miras te hablan y te susurran y hasta te echan su guiño.  Te enamoras de ellas y entre más las vez más las quieres tener. Son preciosas y tan delicadas, como si supieran que nacieron únicamente para terminar de embellecer a la mujer”, se lee en uno de los apartes de las memorias de Fernando, que todavía no han nacido a la vida editorial. 

También la esposa, hijos, nietos, padres y amigos han sido modelos para los cuadros de Fernando Ruiz, quien ha tenido la fortuna de vender algunos de ellos y con los que ha participado en diferentes exposiciones de pintura, como el Salón del Agua de Aguas Kpital Cúcuta, en el que participó con el cuadro ‘Feliz hallazgo’, destacándose entre los mejores. 

Gabo entabló una bonita amistad con Fernando Ruiz, quien lo transportaba cuando el escritor colombiano iba a Nueva York. /Foto cortesía

 

El párkinson


“En 2004 me encontraba en República Dominicana de regreso de un viaje que había hecho a China y tuve que salir a la calle cuando me mandé la mano al bolsillo izquierdo y siento que no podía agarrar unas monedas que allí tenía, entonces me quedé muy preocupado porque eso no era algo normal  y fue así como inicio el Mal de Párkinson en mí…

Y fue esa la forma de empezar a vivir con un mal que lo único que sabía de él era que le llamaban 'Mal de San Vito'. Yo me sentía muy bien como si no tuviera nada, al principio, pero el tiempo fue pasando y los síntomas fueron apareciendo.  Cada noche a la hora de dormir pensaba, hoy aun me encuentro bien pero cómo iré a estar en un año, en dos, tres o diez y de ahí en adelante”.
  
La pintura le ha servido para superar la depresión por la enfermedad, pero además, para ser un ejemplo de valor, constancia y ganas de vivir, dicen las personas cercanas a Fernando.

Es verdad, porque vitalidad es lo que muestra este escritor y artista plástico, quien con pincel y paleta busca cada día la armonía del color para que los lienzos se transformen en obras de arte, lo que logra a pesar de una enfermedad despiadada, con toda la paciencia que le ha dado una vida disipada, que ha disfrutado a plenitud, sin dejarse arrinconar por la mala hora, como diría quien fue su amigo, el inmortal Gabriel García Márquez.

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