Al conmemorarse los 100 años del natalicio de mi padre, Virgilio Barco Vargas (1921-1997), quisiera traer a la memoria su pensamiento y su legado. Son las muchas y valiosas las lecciones que dejó a su paso. Su vida como hombre público, constituyó un referente de conducta y proceder. Virgilio Barco encarnó muchas de las cualidades dignas de un líder: fue un estadista visionario de profundas creencias liberales, justo, riguroso, disciplinado, y amo de una ética a toda prueba.
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A través de su ejemplo, desde muy temprana edad, sus hijos fuimos conscientes de la responsabilidad que conlleva nacer en una familia privilegiada, donde el respeto a los valores, la educación, el conocimiento y las buenas maneras eran las prácticas que debían primar. Para Virgilio Barco lo valioso de las personas eran sus ideas, conducta y actuaciones. En la casa no se oyeron nunca cometarios racistas, elitistas o excluyentes de ningún tipo. Había una misión tácita de defender a los más débiles, de aportar a la mejorar la vida para todos.
Mi padre nos inculcó, sin decirlo, un profundo sentido de responsabilidad. De hecho, los cuatro hermanos, desde la disciplina que hemos elegido, nos hemos enfocado en apoyar a la solución de problemas sociales. Además, era obvio que lo que emprendíamos debíamos hacerlo bien y con rectitud. Insistía siempre en la disciplina de terminar lo que se comenzaba.
Aunque pocos lo saben, mi papá poseía un gran sentido de humor. A pesar de ser un trabajador incansable era alegre y amoroso. Le encantaban los niños. A la vez, era generoso y exigente. Sus enseñanzas, debido a la coherencia que supo mantener entre su vida pública y privada, fueron siempre claras y convincentes.
Pero, sin lugar a duda, el aspecto que más admiraba era su independencia de pensamiento, el hecho de que tomara riesgos y defendiera sus principios, claro está, siempre anclado en convicciones a las cuales llegaba después de mucha reflexión y estudio. Este talante de su personalidad marcó nuestra educación con una rebeldía tácita y una irreverencia saludable; nos enseñó a cuestionar.
Durante su trayectoria vital, Virgilio Barco se interesó en múltiples disciplinas y desplegó en cada una de ellas una visión avanzada y un enfoque integral e innovador. La presidencia no fue la excepción. Entre las propuestas innovadoras de su gobierno: el esquema gobierno-oposición, la protección de los pueblos indígenas y de la biodiversidad del Amazonas, la corresponsabilidad en la lucha contra el narcotráfico.
Al entender que el Frente Nacional se había mantenido más allá de lo propuesto, se atrevió a proponer que el gobierno de turno tuviera la posibilidad de diseñar su programa, de acuerdo a su ideología, y que el papel de la oposición fuera monitoreo y crítica constructiva. Este cambio abrió camino a la participación de otras fuerzas políticas, y eventualmente a la paz con el M-19 y otros grupos alzados en armas.
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Además de asegurar la permanencia de las instituciones de gobierno al no dejarse amedrentar por las constantes y violentas amenazas del narcotráfico, llamó la atención a la responsabilidad de otros países en la lucha contra el tráfico de drogas: no sólo los países consumidores, sino los países que producen y trafican armas, los países que producen y venden los precursores químicos que se usan en la producción de cocaína, y los países que permiten el transito y el lavado de dinero. Cambió la imagen de Colombia ante el mundo.
Con el doble propósito de respetar los derechos y proteger la integridad de los pueblos indígenas del Amazonas, por un lado, y para asegurar la protección del grandes extensiones del Amazonas colombiano, por el otro, les entregó a quienes les ha pertenecido ancestralmente más de 16 millones de hectáreas bajo la figura de reservas y parques nacionales.
Trabajó para brindar y garantizarles a las personas todas las posibilidades necesarias para su desarrollo. Por ende, la lucha contra la pobreza y el mejoramiento de la calidad de vida fueron programas bandera de su gobierno. Revivió el Plan Nacional de Rehabilitación (PNR) del presidente Betancourt, pero se enfocó en áreas de mayor pobreza y abandono en el país.
Durante toda su vida pública mi padre estuvo acompañado de Carolina Isakson. Lo que quizás muchas personas no saben es que ella también, se consideraba “hija de Cúcuta”. Su familia se estableció en Cúcuta cuando tenía siete años y vivieron ahí casi veinte años. Ella estudió su primaria en la misma escuela con las hermanas de mi padre y cuando se fue a estudiar el bachillerato y la universidad en California, siempre añoraba regresar a Cúcuta, “a casa”, a seguir disfrutando los paseos, y la convivencia con sus amigos y amigas de toda la vida.
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Además de ser una madre cariñosa, siempre pendiente de sus hijas e hijo, a lo largo de su vida Carolina Isakson tuvo proyectos propios e iniciativas relacionadas con el medio ambiente, la educación, la conservación del patrimonio cultural del país y los derechos de las mujeres. Era una mujer inteligente y culta y fue la pareja con quien mi padre siempre pudo compartir y sentir apoyo a lo largo de su vida.
Como Primera Dama, participó en la ejecución de varios programas sociales. Formuló la idea de crear los Hogares de Bienestar Familiar para suplir la necesidad de cuidado adecuado para los niños mientras sus padres trabajaban, y a la vez, procurarles una alimentación balanceada para combatir la desnutrición. También se interesó en la situación de los militares y policías heridos en el servicio, a través de la Fundación Matamoros, estableciendo programas de rehabilitación, educación y apoyo económico y psicosocial.
Redacción
Diana Barco Isakson
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