Estaba por empezar la Gran Guerra y el país aún se debatía entre la pobreza que le había generado sus años de conflictos internos. Los gobernantes de turno, en representación del Partido Conservador, hacían sus mejores esfuerzos por tramitar gestiones que redundaran en beneficio de la población, particularmente en el campo de la infraestructura que permitiera un más rápido y benéfico desarrollo del país, habida cuenta de las condiciones etnográficas que imperaba en esos tiempos. Era de gran importancia que las comunicaciones terrestres se desarrollaran en la medida que se requirieran para que los flujos económicos no se estancaran, ahora que se presentía un estancamiento debido al conflicto que empezaba en la Europa de principios de siglo.
En la Colombia de entonces, caracterizada por su mayoritaria composición rural, la conexión con los centros urbanos garantizaba los suministros alimentarios que se necesitaba y por ello, buena parte de la inversión pública giraba en torno a la construcción de carreteras, empeño que tanto el gobierno nacional y como los regionales trataban de cumplir.
En nuestra región, la construcción de vías que nos comunicaran con el interior del país era una necesidad cada vez más apremiante, toda vez que paradójicamente, era más fácil viajar al exterior (por la vía de Maracaibo) que a la capital de la república, viajes que tenían la misma duración, en el mejor de los casos. Los traslados se realizaban en ferrocarril, que para la fecha llevaba unos treinta años en servicio, era eficiente, cómodo, rápido y económico, sin embargo, los múltiples inconvenientes que se presentaban con las autoridades de nuestro vecino, habían avivado la necesidad de encontrar otras alternativas, tanto en rutas que nos conectaran con el mar, como con el interior del país. Razones como estas hicieron posible que se propusiera extender la línea férrea a Tamalameque, desde hacía varios años y más recientemente, la construcción de la carretera que comunicara a Cúcuta con el interior del país y que tomó el nombre de Carretera Central del Norte.
Pues bien, en esta crónica vamos a narrar uno de los primeros, talvez el primer paso tomado en este sentido, cuando el gobierno regional concluyó la construcción del primer tramo de esa anhelada carretera y como era costumbre, planeó una inauguración con todas las de la ley, que paso a narrarles.
A mediados de 1914, fueron invitadas las personalidades más importantes de la ciudad, periodistas incluidos, a los salones de la Gobernación, para embarcarlos en los vehículos que los trasladarían hasta el caserío Los Vados, lugar donde se cumpliría la ceremonia de inauguración del primer tramo de la carretera al centro del país. El núcleo central de invitados estaba integrado por los diputados a la Asamblea, los altos empleados del tren administrativo departamental, la prensa y algunos caballeros particulares; todos fueron tomando asiento en los magníficos “Fords” contratados por el señor gobernador, para llevar a los invitados “a plena velocidad”, los quince kilómetros que separaban esta capital del pintoresco villorrio, según quedó consignado en algunas notas de prensa.
Detalles técnicos publicados en la época, reseñaban que la vía fue construida sólidamente, con alcantarillado completo, asentada sobre un lecho de piedra que la inmuniza contra los ataques del invierno y trazada con elegancia en tres soberbias rectas de cuatro, cinco y tres y medio kilómetros respectivamente; tenía tres hermosos puentes de mucha luz, sin contar el que atraviesa el río Pamplonita y va casi en todo su trayecto sobre terreno perfectamente llano. Era, en suma, una carretera amplia, firme y duradera en la cual no se ha gastado mayor cosa, si se tiene en cuenta, no ya la utilidad que representa para la comarca, ‘que esto no tiene precio’, según se lee en las noticias publicadas en la prensa de esos días, sino en el trabajo y el tiempo empleados en el ‘trozo’ inaugurado.
En Los Vados, esperaba la Banda Militar y al son de sus aires regionales, y con el calor de algunas copas –imprescindibles donde existe el entusiasmo y se derrocha alegría- la cordialidad se extendió y en charla animada cada cual hizo lenguas de la exquisita belleza del recorrido.
Una mesa tentadora, servida por manos peritas y amables, ofrecía en los corredores del restaurante una multitud de cosas suculentas, y alrededor de ella, luego de arrasar con admirable buena voluntad todos aquellos platos escogidos, la concurrencia oyó de boca del señor gobernador un simpático brindis, en el cual, tras hablar del objeto que los congregaba, elogió la armonía habida entre los poderes Ejecutivo y Legislativo departamentales. Contestó sus palabras, con términos de correcta construcción el señor Joaquín Pablo Roca Niz, presidente de la Asamblea Departamental.
Bien entrada la noche, cuando ya en la carretera dormitan indolentes las pacíficas cabras, los invitados emprendieron el viaje de retorno agradecidos por tan cordiales atenciones. Se dijo, días después, que los autos corrían a ‘plena gasolina’, lo que indicaba que venían a gran velocidad por el suelo terso de la vía, despertando con la voz gangosa de las bocinas que entonces tenían los vehículos, a los habitantes de las oscuras casuchas adyacentes que apenas unos días antes no transitaban más que las recuas de carga y alguno que otro jinete aburrido. Ese era el grito el progreso que conmovía la calma triste de esas llanuras foscas y solitarias.
Muy merecedor de felicitación le cupo al gobernador que para esa fecha era don Luis Febres Cordero, impulsor de esa tarea trascendental y que aún hoy se muestra con orgullo como una de las obras más significativas de la región.
Este sencillo acto, de comienzos del siglo XX, ha sido considerado como el hito que marca el inicio de la vinculación de esta frontera con el resto del país, del cual durante muchos años y desde remotas épocas, se consideró aislado y olvidado por los poderes centrales.
Redacción
Gerardo Raynaud D.
gerard.raynaud@gmail.com
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