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Carlos Martínez quedó viudo hace 10 años, y hoy, a los 52, aún permanece junto a sus hijos. Es un padre que ha tenido que hacer también de madre.
Sus hijos son cuatro adolescentes: tres hombres y una mujer, quienes ya cursan su bachillerato. Los apoya incondicionalmente para que logren todas sus metas.
“A mí me gustaría que mis hijos lleguen a ser grandes profesionales y no tengan que pasar por las incomodidades por las que he pasado”.
Su función de madre la desempeña desde que murió su esposa en un accidente y lo dejó con todas las responsabilidades.
“Al principio fue duro, porque no tenía ninguna ayuda económica, ni apoyo moral de nadie. Éramos solamente yo y ellos, sobreviviendo…”
Esa fue una situación que le enseñó a amar el doble a sus hijos y a rendirse jamás.
Desde entonces sobrevive vendiendo chicles, caramelos y café frente a la Biblioteca Pública de Cúcuta. Salir de su casa en la mañana desde muy temprano a vender es lo que más le interesa, porque de ahí depende el sustento económico de su hogar.
“Con cuatro hijos y un salario mínimo, no podría sobrevivir”, aclaró. “Pero Dios me ayuda con la clientela, y me hago más de ese salario”.
Es muy emocionante para este hombre hablar del día de la madre, porque siente un nudo en la garganta al recordar a su esposa. A él, ese día le basta sentir que sus hijos le den felicidad y cariño.
La recompensa del sacrificio
Se levanta de lunes a viernes a las 5 de la madrugada para salir a vender, muchas veces hasta las 7:00 de la noche, obligado por la falta de clientes.
Al llegar a su casa tiene que hacer las labores de madre, y a veces de padre, mientras sus hijos preparan sus tareas.
Los cinco comparten la cena. Se siente complacido por cumplir con el papel de padre y madre.
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