Liliana Zúñiga entra y toma un kilo de harina de maíz, uno de azúcar, uno de arroz, un paquete de pan tajado y unas galletas dulces. Nadie le dice precios, y tampoco hay alguien pendiente de qué productos va comprar o cuáles finalmente pagará.
Solo su conciencia le apunta a la caja registradora, donde no la recibe algún cajero, sino el código de barras y la pantalla. ¿El cajero? ¿La supervisora? ¿El vigilante? ¿El empacador? Todos estos puestos, incluyendo el de compradora, son ocupados por ella misma.
Agarra producto a producto y lo chequea en la máquina, con el lector óptico. Al final, la caja le emite un recibo en el que se lee: su pago se realizó por nómina. Sale y nadie supervisa número de bolsas, o cantidad de productos.
Así se trabaja en el supermercado La Confianza, en Aguas Kpital… basado en la credibilidad, certidumbre, franqueza de cada uno de sus trabajadores. En el espacio, cada quien es responsable de pagar lo que lleve. La idea es fomentar la honestidad, y que quien tome un chicle, de 500 pesos, chequee ese chicle de 500 pesos. Así como aquel que haga compras más grandes.
La caja solidaria es otro de los programas que se desarrolla para los trabajadores.
El que entra en el supermercado, sin una cámara de seguridad, puede llevar lo quiera, con ciertos límites según su capacidad de pago.
“Este espacio me ha servido mucho, porque lo tenemos a la mano cuando surge algo extra en la casa, sin necesidad de salir. Además, por el reto que ha significado para la empresa crear esa cultura de la honestidad entre nosotros. Confiar en nosotros, como dice su nombre”, dijo Zúñiga.
Detrás de ella entró Eric Daniel Vergel, trabajador asesor, a quien a media mañana se le antojó un jugo de pera. Hizo el mismo procedimiento, tomó el jugo de la cava refrigeradora, lo chequeó, tomó su factura, y la única diferencia fue que acudió a pagar en efectivo en la misma empresa.
“Aquí todos chequeamos y pagamos lo que sacamos del supermercado de La Confianza”, señaló.
Los niveles de confianza están en 96 por ciento. Actualmente, cuentan con unos cuatro mil productos y beneficia a unas mil personas, entre trabajadores y personas de empresas aliadas, generando ventas de 40 millones de pesos al mes.
El programa o sistema que aplican en el supermercado fue diseñado por los mismos trabajadores especialistas en el área.
El presidente de Aguas Kpital, Hugo Vergel, enfatizó en la necesidad de que los valores reflorezcan en cada uno de los ciudadanos. “Los colombianos somos gente de muchos valores. Los buenos somos más en este país. El problema es que nos hemos dejado generalizar por lo malo; todos dicen la gente en Cúcuta no respeta las señales de tránsito, pero eso no es la generalidad. Y cuando pensamos así, negativamente, adoptamos esas mismas costumbres”.
El valor de la honestidad es el que busca resaltar cada uno de los programas, dijo Hugo Vergel.
Esta modalidad de comprar, poco usual, es un modelo que se está implementando en Aguas Kpital desde hace cinco años. Sin embargo, no es la única que implementan para resaltar los buenos valores de su gente.
La Caja Solidaria. Este es el otro programa que es aplicado solamente con empleados. Y funciona de la siguiente manera: colocaron una caja transparente, abierta, en todo el pasillo de la empresa. Allí los trabajadores o visitantes colocan las monedas que le sobren y que puedan, sin obligatoriedad; también pueden solicitar al sistema diseñado que se lo descuente de nómina.
¿El beneficiario? Aquel trabajador que necesite unas monedas para completar un pasaje, o para comprar algo urgente de menor costo.
“El objetivo de este programa es compartir de aquello que nos sobra, así sea poco. Y también, crear consciencia en quien lo toma sabiendo que hay otros compañeros que pueden tener una necesidad aún mayor”, dijo Vergel.
Recordando
La historia comenzó cuando los hijos de Vergel comenzaron a vender colaciones entre los trabajadores, yendo por las oficinas. Eran galletas dulces, que no tenían un precio estipulado, sino que cada empleado aportaba el valor que quisiera por esa galleta.
Con el dinero que hacían con estas ventas llevaban a los hijos de los trabajadores más necesitados a una tarde de cine.
Después, los niños decidieron colocar una mesa en el pasillo con las colaciones y una alcancía donde cada quien hacía su compra personal, sin que nadie le atendiera. La idea era no interrumpir la jornada laboral de los trabajadores, quienes salían, tomaban algún tipo de galleta, y colocaban el aporte en la alcancía.
Los trabajadores que compran en el súper chequean sus mismos productos. No hay cajero.
“Los niños nos enseñan las mejores lecciones en su inocencia, porque eso funcionó de las mil maravillas. Esa muestra de confianza en los trabajadores los llevó a desarrollar mejor su trabajo, con ese mismo ejemplo. Esa mesita empezó a ampliarse con más cosas, más productos, hasta lo que vemos hoy”, agregó Vergel.
Hoy, el dinero que genera el Supermercado La Confianza va al Fondo de Empleados para los programas de ellos mismos, beneficiándolos a través de créditos, jornadas de descanso, etc.
“Estamos satisfechos y nos sentimos premiados con la confianza que han depositado en nosotros. La empresa cree en el recurso humano que tiene puertas adentro y eso es valioso, saber que tienen la certeza de que somos buenos, que tenemos valores”, dijo Liliana Zúñiga.