El cuento es de un preso, que había sido condenado a un año de cárcel. Cuando llevaba día y medio de cautiverio, ¡apenas día y medio!, tomó un lápiz y en la pared de su cuartucho comenzó a hacer cuentas, mes por mes, semana tras semana, día a día, para saber cuánto le faltaba para terminar de pagar su condena. Después de mucho cálculo y muchos números, y con la ayuda de un viejo almanaque que por allí encontró, llegó a una sabia conclusión. Levantó los brazos al cielo como en acción de gracias, sonrió con una sonrisa de satisfacción y de optimismo, tomó aire y gritó con un grito que se extendió por toda la cárcel: “Ya por poco…Once meses, tres semanas, cinco días y medio…”.
El optimismo de este preso vale también para nosotros, como ejemplo. Hoy, 1 de febrero, podemos decir como el presidiario: Ya por poco, once meses y estaremos celebrando el comienzo de un nuevo año.
A esta hora (la hora en que usted me está leyendo), dentro de once meses, estarán algunos preparando el paseo al río, donde un sancocho trifásico y un sueño en la arena al sol, le quitará el guayabo. O es posible que, a esta hora, dentro de once meses, usted todavía esté prendido y le diga a su mujer que vaya a la tienda de la esquina y le traiga otra canasta de cerveza porque la llegada del 2019 hay que celebrarla todo el día, “a ver si en este nos va mejor que en el pasado”. O tal vez esté pidiendo por caridad un alkaseltzer, o un vaso de limonada o una sal de frutas.
Y es que el tiempo ya no corre, sino vuela. Ya pasó un mes, como un suspiro, sin darnos cuenta. En la nevera de mi casa todavía hay hayacas de las que hicimos en diciembre, en reunión de familia. Mi mujer prepara la masa con todo lo de por dentro, un hijo envuelve y otro amarra y otro prepara el fogón, y yo dirijo, porque siempre debe haber un director de orquesta. De eso hace más de un mes y aún tenemos hayacas en el congelador, de manera que si nos descuidamos, estas mismas nos servirán para la Navidad de este año.
El pesebre, aunque un poco desmirriado, todavía subsiste en la sala, pero en apenas once meses estaremos de nuevo dándole vida: los patos volverán a la laguna, las ovejas darán de nuevo leche para el requesón de llevarle al Niño Dios, y los pastores prepararán sus flautas y tambores para cantarle al recién nacido el Gloria que les enseñaron los ángeles.
No es por nada, pero presiento que diciembre ya está cerca. En menos de once meses estaremos con el estrés de los regalos y de la ropita para estrenar y del traguito para celebrar.
Hoy, 1 de febrero, es día propicio para hacernos un examen de conciencia y contrición de corazón para saber si estamos cumpliendo con los propósitos que nos hicimos hace un mes, aunque parezca que fue anoche.
Ya por poco, pero aún nos quedan once meses para hacer lo que no hicimos el año pasado, para recuperar el tiempo perdido, para comenzar aquella dieta a la que le hemos venido haciendo pistola, para hacer los ejercicios que nos aconsejó el médico, para…
Once meses nos separan del otro año nuevo. Ya es hora de irnos preparando para que no nos coja la noche como le pasó a Maduro con los perniles que encargó, a nombre de la revolución, para su pueblo.
Once meses, que pasarán más rápido aún, por cuenta de los políticos que ya están montando las carpas para su circo. Con payasos, marionetas, mimos y prestidigitaciones, nos alegrarán la vida y nos la harán más veloz. ¡Gracias a Dios y a nuestra democracia!