Hace unas semanas, en Shanghai, salí con mi mujer a la tienda de la esquina del hotel para comprar un dentífrico. Lo llevé a la caja y me dispuse a pagar con un billete de 100 yuanes, unos siete dólares. Cuál no sería mi sorpresa al ver a la cajera llamar al gerente muy desconcertada; él mismo me contó después, en precario inglés, que la llamada se debía a que hacía ya un tiempo que nadie pagaba con efectivo; la niña cajera no sabía qué hacer en esos raros casos. Finalmente me devolvieron lo correspondiente, usando una caja menor especial que había en la oficina del administrador. Este suceso, deja muy clara cuál es la tendencia del mundo financiero y de los clientes, en lo cual Asia nos lleva años de ventaja; EEU y Europa no están tampoco en el sendero veloz de los asiáticos.
Por estos días se publicaron informes sobre el estado de la bancarización e inclusión financiera en Colombia. Sin duda hemos avanzado: más de 30 millones de colombianos mayores de 18 años, tienen al menos un producto financiero; la totalidad de los municipios del país tiene cobertura bancaria, mientras que en 2006 solo la tenían 7 de cada 10 poblaciones.
Según el BID, nuestros 82 puntos en una escala de cien, nos ponen por encima de Brasil, México y Chile en materia de inclusión financiera, primeros en Latinoamérica. Más de 19 millones de personas tienen crédito, siendo la tarjeta el instrumento estrella; la profundización financiera , es decir la cartera sobre el PIB, ya pasó de 50%. Ahora bien: la mayoría de las personas no bancarizadas son mujeres y la inmensa mayoría habitantes rurales. Dos retos inmediatos inmensos para la cobertura y la conectividad tecnológicas, que ya se habían contemplado en el punto primero de los Acuerdos de Paz.
Si bien estos avances son positivos, la tendencia mundial liderada por China y otros asiáticos está clara: no usar el sistema financiero formal para la relación del ciudadano con el estado, como es el pago de servicios públicos o de impuestos; no usar la tarjeta de crédito o de débito sino el celular para pagar el bus al subirse, el taxi, el avión, el cine al entrar, los domicilios, la seguridad social o los pagos entre personas y empresas sin necesidad de ir a ninguna congestionada página web. El teléfono se “parea” con otro casi inmediatamente para transacciones entre personas, comprar música o libros, un café o un mercado. Las cajas de los almacenes ya no tienen datáfono sino celular. Las fábricas de billeteras, deben migrar a la confección de estuches para móviles o desaparecer.
Los bancos colombianos deberían repensar seriamente sus costos y sus facilidades técnicas para que los clientes hagan transacciones; y para que los de menores ingresos no tengan que dedicar proporciones inverosímiles de sus ingreso al uso de su cuenta de ahorros o corriente. Para eso hay que abrir más el mercado financiero a la competencia tanto tecnológica como de costos pues siguen siendo absurdos bajo cualquier comparación internacional: una transacción electrónica para alguien que se gana el mínimo, va de 5.000 a 10.000 pesos cada vez! Incluso hay bancos que le cobran al ahorrador por recibir la plata. A pesar de que nunca antes habíamos visto tasas de interés tan bajas y estables como las que disfrutamos hoy, sigue siendo cierto que los márgenes son exagerados. Un CDT a 90 días gana el 4.5% anual; un crédito hipotecario a 20 años sale al 14% al año y uno de consumo al 18%! Márgenes de entre 10 y 15 puntos no se ven ya en ninguna economía medianamente competitiva. La ducha fría de la competencia convendría enormemente.
Colombia avanza en inclusión financiera, sí. Pero el mundo va hacia latitudes más osadas, con costos infinitamente menores, usando cada vez menos a los bancos como los conocemos, cada vez menos las tarjetas como las hemos conocido, cada vez más las aplicaciones y el celular. Es decir, el mundo emergente hace cada vez más libre al usuario financiero. Aquí nos falta mucho de eso.