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Y nos quedaron debiendo el brindis
Pero como no hay pandemia que dure cien años ni vivo que la resista.
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Martes, 1 de Septiembre de 2020

Esta pandemia nos ha metido en unos embrollos del carajo y nos ha privado de cosas muy sabrosas. Ni siquiera hemos podido volver a misa los domingos y fiestas de guardar, como aprendimos con Astete. Nos obligaron a suspender los viernes culturales, tan alegres y tan prometedores que se venían cada semana. Se acabaron las visitas que nos hacían los amigos y las que nosotros les hacíamos. Las serenatas se volvieron virtuales y las clases y las manifestaciones y los cacerolazos.

Pero como no hay pandemia que dure cien años ni vivo que la resista, el gobierno dijo por fin que ya estaba bueno de tanto encierro y que podíamos salir a darnos un vueltón, eso sí, con la condición de que todo de lejitos. Algo es algo, pior es na, decían los griegos o los latinos. No lo recuerdo muy bien.

Sin embargo, durante esta cuarentena que debimos soportar, cumplieron años varios amigos, cuya torta y cuyo vino no pudimos saborear. Ciertos matrimonios tocó aplazarlos, porque una luna de miel virtual debe ser muy aburrida. Tengo un amigo que acaba de cumplir cincuenta años de casado, y el hombre es tan bravo y tan echado pa´lante que, de no haber sido por la pandemia, los hubiera celebrado con bombos y tiples. Nos debe el brindis.

La biblioteca Julio Pérez Ferrero arrancó desde ayer con su Fiesta del Libro, sin aglomeraciones, sin danzas, sin vinos, sin canciones. Nos quedaron debiendo las celebraciones a que nos habían acostumbrado durante quince años.

Pero lo más grave, lo más triste, lo más doloroso, fue la celebración de los sesenta años de La Opinión, que dejó  todo servido. Me consta que la directora y el gerente y los altos mandos y los medios y los bajos tenían todo preparado desde el año pasado para la gran fiesta del año. Pensaban timbrar tarjetas en papel pergamino con tinta fresca. Habían encargado vino del más añejo a las más famosas casas vinícolas de Europa y carnes del ganado más selecto de las pampas argentinas. La cancha de bolas criollas la mandarían a emparejar para sentar allí a manteles a los invitados. No me fue dado conocer la lista de honor, pero me imagino que Anverso y Reverso tendría allí su silla asegurada, no sé si cerca de Duque o de Miss Colombia. Para el bailoteo, saldríamos de la cancha hacia los corredores de piso duro y brillante, donde antes habríamos asistido a la misa  y bendición por parte del cardenal, quien leería el mensaje del Papa Francisco, una especie de urbi et corredori.  

Pero no fue así. Sé que muchos se quedaron con el burro enjalmado y los organizadores, con la frustración enorme  de no haber podido tirar la casa por la ventana, con pólvora de luces a la medianoche y mariachis y champaña.
   
No podía ser de otra manera. Sesenta años no se cumplen todos los días. Y sesenta años de un periódico son una odisea permanente: Día a día, noche a noche, sin descanso los fines de semana, ni  festivos, ni  puentes; haciendo todos los días lo mismo, pero distinto;  enfrentándose a la insana competencia de las redes sociales; buscando satisfacer los gustos más diversos de los lectores.  Sesenta años en ese correcorre son dignos de celebrarse a todo taco. Serían las sesenta velas mejor apagadas de la región, la frontera y el departamento.
   
No se pudo esta vez. Pero vendrán tiempos mejores. En los segundos sesenta, jartaremos el doble. Por ahora conformémonos con el nuevo formato, excelente, de rechupete.  ¡Felicitaciones!  

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