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Y aunque la jaula sea de oro
La canción del cuento la cantaba Pedro Infante y en Las Mercedes se escuchaba en las victrolas de las cantinas.
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Lunes, 4 de Mayo de 2020

¿Se acuerdan, ustedes, viejitos queridos, de aquella canción de nuestros años mozos, La Calandria? Los muchachos de ahora no tienen ni idea de qué es una calandria ni de todo lo que significó esa canción para los despechados de amor, que toda la vida los ha habido. Porque casi que es una norma general: donde hay amor, hay despecho.

La calandria es un ave de hermoso plumaje y hermoso canto, casi tanto como nuestro toche, pero el toche es pájaro y la calandria es pájara. 

La canción del cuento la cantaba Pedro Infante y en Las Mercedes se escuchaba en las victrolas de las cantinas. La gente de ahora tampoco sabe qué es una victrola, un aparato para poner discos al que se le daba cuerda con una manivela. Algún día hablaremos de ella, la victrola, que antecedió a la rockola y al tocadiscos. 

Pues bien. Resulta que, según la historia relatada por la canción de Pedro Infante, había una jaula, que debía ser de algún mafioso, porque era una jaula de oro. Son ellos, los narcos, los que pueden darse esos lujos: cadenas gruesas de oro, inodoros de oro y jaulas de oro.

Las jaulas que yo conocí eran de alambre y de madera. En la Escuela  Normal Piloto de Educación  Rural (cipote’ nombre) de Convención, donde yo estudié hace cincuenta años, había una jaula inmensa que cubría todo un árbol frondoso, donde vivían cantidades de azulejos, toches, picoeplatas, arrendajos y carpinteros.  Cuando debieron ampliar las edificaciones de la Normal, destruyeron la jaula, tumbaron el árbol y los animalitos volvieron a la libertad.

Una jaula así de grande, arropando a un árbol, conocí mucho después en una pensión de El Diamante, yendo para Pamplona, donde tenían encerrados dos chulos. Se necesita un amor franciscano por los animales, para tener unos chulos cerca del comedor en un restaurante.

Mi mamá crio dos conejos en una jaula; en otra, una paloma maracaibera, y en otra un loro que cuando llegaban señoras de visita las saludaba muy cortésmente, y cuando llegaban arrieros, los saludaba a madrazos. Hace algunos años en muchas casas cucuteñas tenían loritos de Java, enjaulados. Hermosos. Pero se corrió el cuento de que el Mocho Barreto, el famoso locutor, había muerto por culpa de esos loritos que soltaban un plumoncito que tapaba las vías respiratorias. Parecido a lo que ahora dicen del tal coronavirus.

Pero me desvié. El encerramiento lo pone a uno turulato. Les iba a hablar de la calandria, que estaba presa y cantaba su dolor en una jaula de oro, que colgaba de un balcón. Pero llegó un gorrioncillo (no era un calandrio), que de ella se enamoró, y el pobre como pudo los alambres rompió para liberarla. Le abrió la jaula y la ingrata calandria tan pronto se vio libre, voló, voló y voló.

Eso pasa con frecuencia. Pero hay otra ranchera que termina diciendo que aunque la jaula sea de oro no deja de ser prisión. Fue lo que me dijo un compadre en estos días:

-No, compadre, aquí en la casa no me falta nada, mi mujer es un encanto y las ayuditas de la alcaldía nos llegan parejo, pero esto de estar encerrado día y noche es una vaina mucho lo hijueputamente aburridor. Ya uno se parece a la calandria, en jaula de oro, pero desesperado. ¡Y sin saber hasta cuando!

*gusgomar@hotmail.com

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