Llegó la hora de pensar en la buena suerte. Porque la suerte es una mujer a la que hay que atraer con zalamerías, con piropos, con poemas, con canciones y cosas bonitas. A una mujer no se le conquista con golpes, ni con bravuconadas, ni con desprecios. En eso, todas son iguales, incluida la suerte.
A la suerte le gusta que la atraigan con espejismos de oro, con luminosidades de sol, con riquezas auríferas, con el primer color patrio de la bandera. De ahí, que le guste el amarillo. Si ella se topa el 31 de diciembre, a la media noche, con un hombre de calzoncillos a cuadros grises y morados, o negros como la noche, arrugará la cara, torcerá la boca y se largará desencantada.
En cambio, si el tipo luce unos bóxer ajustados, bojotudos, pero de amarillo encendido, o calzoncillos tanga, color de sol poniente, ella, la chica, la suerte, se entusiasmará y jurará quedarse por todo el año que está comenzando, no sólo en medio de las piernas, sino alrededor del sujeto afortunado, para ayudarle a conseguir novia, amante o mujer; para que siempre ande con la billetera repleta, no de recibos de pago, sino de billetes sonantes y crujientes; para que todos los proyectos se le hagan realidad.
No solamente a los hombres. A las mujeres que la última noche del año las sorprenda con pantys amarillos y brassieres amarillos, ella, la suerte, les jurará fidelidad eterna para que se consigan un hombre de plata, no importa que sea feo; un hombre que la haga feliz en el lecho; un hombre que la lleve a viajar más allá de Pamplona, y un hombre que le compre toda la joyería del mundo, pero no de oro golfi. La suerte sólo le pone una condición a la muchacha: que los cuatro hombres mencionados no se conozcan entre sí.
De manera que a la suerte hay que atraerla con cucos amarillos. Es una manera sencilla, pero efectiva, para entrar al nuevo año con paso firme y nalgas doradas. La costumbre parece que viene desde la España colonial, aunque otros aseguran que fueron los romanos los que regaron por todo el mundo por ellos conquistado, tan bonita y colorida tradición.
Que cada quien haga la prueba, para ver si le da resultados positivos, es mi consejo. Sin embargo, hay mujeres que no usan cucos, y hombres que jamás se ponen calzoncillos. De malas, porque el color piel no puede asimilarse al color amarillo, que es el color de la buena suerte.
Seguramente esta gente que nunca se acostumbró a usar ropa interior (porque las mamás fueron sinvergüenzas y no les dieron nalgadas a tiempo), en estas fechas tendrá que acudir a otros procedimientos, tal vez al baño de las siete hierbas, o a los exorcismos con incienso, alcohol y otros menjurjes olorosos.
Pero nada tan efectivo como los interiores amarillos. No importa la calidad o si son importados o made in Atalaya o traídos de la lejana China. Lo que importa es el color de la riqueza, del sol, del oro de nuestras minas (que ya no son nuestras sino de compañías extranjeras), el color superior de nuestra bandera. Hágame caso, amigo lector, no sea terco: Es hora de ir pensando en los cucos amarillos para la media noche del próximo 31. De nada le sirve que sus amistades le deseen próspero año, si usted no está ataviado con ropa interior amarilla.