La semana pasada se celebró el día del wisky. De malas los wiskeros, que por la cuarentena les tocó celebrar a puerta cerrada, con canciones a media voz y sacándole el julepe a la ley seca y al toque de queda, un binomio que a última hora se nos está imponiendo.
Hasta hace poco tiempo, el wisky era una bebida elitista, que sólo tomaban las gentes de estrato ocho, no porque tuvieran más plata sino porque el paladar refinado no aguantaba otras bebidas, de las que sólo consume el vulgar y empobrecido populacho.
Pero para tomar wisky se debían cumplir ciertas normas o protocolo como dicen ahora: Al clima, puro, en vaso de vidrio, paladearlo antes de pasarlo y otras reglas que los amantes de esta bebida (supuestamente escocesa) debían cumplir al pie de la letra o de la botella.
Sin embargo, el wisky fue perdiendo categoría. Poco a poco fue saliendo de los clubes, de los palacios, de las casas reales y de los salones de alto turmequé. Hoy cualquier perico de los palotes toma wisky porque el wisky dejó de ser una bebida exclusiva para convertirse en aguapanela de calle.
Los borrachitos de pueblo, al regresar a su casa los domingos en la tarde, llevaban en el bolsillo de atrás junto con las cotizas, o en la mochila de fique junto con el pan, o en las alforjas junto con el jarabe pa´ las lombrices de los muchachitos, una botella de aguardiente. Ahora llevan una de wisky, que en cualquier cantina se consigue.
Sucede lo contrario con el guarapo, que viene de cuna humilde, que no nació en las extranjas, que es bebida de pobres y que para fabricarlo sólo se necesita una moya de barro, panela, agua y supia. Pero el guarapo ha venido subiendo de categoría. Empezó en el campo. Llegó a los pueblos. Y ya se instaló en la ciudad. Los guaraperos de Cúcuta sabemos dónde conseguir guarapo del bueno. Son sitios especiales, de caché, con direcciones secretas, a donde no todo el mundo puede llegar.
Hace poco supe que la Licorera de Caldas (¿se acuerdan del Ron Viejo de Caldas?) iba a vender guarapo envasado en botella de lujo. O sea, la categoría del guarapo seguía subiendo. Fui de los que me opuse, porque el guarapo bueno es el que se hace en moya y se toma en totuma, al estilo del que hacían Leonardo Melo y María Larga en Las Mercedes.
Con los escritores Pedro Cuadro Herrera y Raúl Sánchez Acosta asistimos a Arboledas, cierta vez, invitados por el poeta arboledano Serafín Bautista, a la inauguración de la biblioteca municipal. El recibimiento no fue con vino, ni champaña, ni wisky. Fue con guarapo. La categoría del guarapo.
Recuerdo que una vez monseñor Sarmiento Peralta, obispo de la diócesis de Ocaña, fue a visitar el colegio de Las Mercedes, que lleva su nombre. El rector del colegio, Orlando Camacho, muy atento y caballeroso como siempre, le preguntó qué le provocaba tomar para la sed. El Obispo, sonriente, le dijo mientras acariciaba el solideo: “Si me consigue un guarapito, no muy fuerte, se lo agradezco”. La categoría del guarapo, digo yo.
Recién posesionado Silvano como gobernador del departamento, me mandó a llamar una tarde en que el sol apretaba por los lados de la Cúpula Chata. ¿Me irá a ofrecer alguna secretaría?, pensé yo. ¿O alguna gerencia? ¿O una alta consejería? ¿O algún contratico? Se me hizo raro porque Silvano sabe que yo no voté por él, pero…sorpresas te da la vida. Me hicieron entrar por la puerta falsa al despacho, y de una, Silvano vino hacia mí. Después de los abrazos y saludos de rigor, y qué tal la familia, y de salud qué tal, y qué clima tan verraco, yo le dije, pleno de ansiedad:
-¿Pa´qué soy bueno, señor gobernador?
Miró a uno y otro lado, y luego me dijo en tono confidencial:
-Pa´que me lleve a donde venden guarapo, de ese bueno, tan sabroso como el de Las Mercedes, pues supe que usted es cliente asiduo.
¡Claro! El tipo es de Villacaro, donde también lo reciben a uno con totumadas de guarapo.