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Virus, cuarentena y adivinos
¿Y por qué cuarenta? Algún misterio tiene ese número. El diluvio duró cuarenta días con sus noches.
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Martes, 17 de Marzo de 2020

Me despedí el viernes pasado de una amiga, a la que se le desgranaron las lágrimas cuando se lo dije:

-Nos vemos dentro de cuarenta días.

-¿Y eso? –fue lo único que acertó a decirme, pálida como el día y temblorosa como una flor al viento.

-Entro en cuarentena por el coronavirus. Mi casa será ahora mi refugio, mi alcázar, mi muro de contención. 

Cambió, entonces, su lagrimeadera por una bella sonrisa. 

-Es en serio –le dije-. A mí no me va a coger ese (aquí se me salió una palabrota, que no puedo escribir en esta columna porque me sancionan)…virus chino, con los calzones abajo.

-¿Es que es muy grave la cosa? –me preguntó otra vez, a tiro  de soltar de nuevo el lloro.   

Le expliqué lo que ella y todo el mundo saben, pero se hacen los machetes: que nos va cargar el patas (con u), si no le paramos bolas al tal corona ese.  Entre otras cosas, le dije que el nombre no me gusta ni cinco porque mezcla algo tan ruin y tan corrupto como un virus, con algo tan hermoso como una corona. 

Nuestros reinados de belleza es lo máximo que tenemos: el miss Universo, el señorita Colombia, el del bambuco, el del ñame, el de la cebolla y el de la coca. Ahora sólo nos falta, el del Coronavirus. Y coronar a mujer linda,  o lograr la corona en uno de tales certámenes, es de los grandes triunfos que se obtienen en la vida.

No hay remedio, según dicen, para atajar ese animalejo, sino únicamente alejarse de los demás. Es preferible tener que ver a la mujer todos los días durante cuarenta días y cuarenta noches, a que lo pringuen a uno con semejante tragedia. Eso es lo que llaman cuarentena.

-¿Y no puede ser menos? Cuarenta días es mucho tiempo.

-Amor –le dije. (Ahora uno le dice amor o corazón o cariño, a cualquiera). Es la vida la que está en peligro. Y vida, como la mama, sólo hay una. Aunque dicen que el que muere se larga para la otra vida. Sabrá Dios.

¿Y por qué cuarenta? Algún misterio tiene ese número. El diluvio duró cuarenta días con sus noches. El pobre Noé, pegado a la ventana viendo llover, lanzando chulos y palomas a la tormenta y jartando vino, fue el primer humano que debió mamarse ese mes largo, encerrado en su arca, con su mujer y sus hijos.

Moisés y los israelitas tuvieron que caminar por el desierto cuarenta años para llegar a la Tierra prometida, a punta de agua y maná, por haberse olvidado de Dios, después de todo lo que les ayudó. Es que los desagradecidos son así. Esa fue una cuarentena más larguita.  

Al mismo Jesús le tocó ayunar en el desierto cuarenta días y cuarenta noches, para darnos ejemplo de que de vez en cuando es bueno dejar tanta tragadera. Fue cuando don Sata se le apareció, queriéndose aprovechar de la debilidad de Jesús, pero le salió el tiro por la culata.

L a cuaresma, que los católicos practicamos en víspera de la Semana Santa, son también cuarenta días de rezo, viacrucis, ayuno y abstinencia. Aunque somos muy pocos los que cumplimos con este mandato, la Iglesia sigue dando sermones sobre lo mismo.

A los astronautas, antes de juntarse con los demás terrestres después de su regreso por el espacio, los someten a cuarentena, para limpiarlos de los residuos de luna o de Marte que traigan consigo.

-Y ahora nos tocó a nosotros –terminé diciéndole a mi amiga- Y chao, porque me dejan por fuera de casa. Me fue a abrazar y me fue a agarrar a picos, pero hube de detenerla. “Nanay cucas”, le dije. Y le enseñé cómo se debe saludar y despedir en tiempos del Coronavirus: con tocaditas de pie con pie, una picadita de ojo y una palmadita en la nalga. Nada más.

Me alejé, dejándola en un mar de tristeza y abatimiento, pero así es la vida. Y mientras llegué a la casa, pensaba en  que ya un adivino mayor,  Nostradamus, había predicho este miercolero en el que ahora estamos metidos. Y dicen que también los Simpson. No sé.  Y como también dicen que todo fue por culpa de los murciélagos, recuerdo a mi  abuelo, Cleto Ardila, que en Las Mercedes me enseñaba un trabalenguas, con algo de profecía:  “Esta noche vendrá el murciélago y nos desnarizorejará y se irá, y si nos desnarizorejare, muy buen desnarizorejador será”.

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