Alguna vez escribí en esta misma columna que a la policía es muy fácil mamarle gallo en tiempos de ley seca. Y contaba casos en que los clientes de algún bar-restaurante tomaban aguardiente en pocillos tinteros para simular que estaban pegándose un buen tinto. Los cerveceros tomaban cerveza en pocillos grandes chocolateros, de manera que nadie, y nadie es nadie, pensaría que allí estaban tomándose sus guarilaques.
He recordado esto, ahora, cuando leo que los bares ya pueden abrir, pero que sólo pueden vender agua de panela. ¿Será cierto? Bares, con música estilizada, a media luz, y meseros de librea y corbatín, para vender aguapanelita? ¿Fría o al clima? ¿Con bastante limón o sólo una rodaja? ¿O el caballero la prefiere caliente, para prevenir la gripa o el Covid? ¿Otro café para la dama?
Me contaba un amigo, que en cierto pueblo frío, el día de elecciones, los capitanes de votación llevaban en una mochila dos termos, uno con café y otro con aguardiente. A la policía le ofrecían un tintico para el frío y a los amigos un traguito también para el frío. Los policías creían que ambos termos llevaban café.
La primera venta de guarapo que conocí de niño en Las Mercedes era de una señora Dolores, a quien todo el mundo le decía Misía Dolores. Pues bien, ella anunciaba su producto como aguapanela. Y los clientes le pedían aguapanela, no guarapo. Cierta vez llegó al pueblo una comisión del Resguardo de Rentas del departamento, cuya función era sancionar a los que vendían licor de contrabando o rastrojero, contrario a los intereses de la Secretaría de Hacienda. Entraban a las guaraperías y sin consideración alguna partían las moyas del guarapo.
Olvidaba decir que el guarapo era la bebida más apetecida en aquella época, para la sed, para el calor y para calmar las ganas de embriagarse. La bebida era sabrosa y su precio muy al alcance de todos los bolsillos. Digo mal, no era en aquella época. Era y sigue siendo la bebida más apetecida. Me cuentan que todavía hoy todos (autoridades, el cura, policías, soldados, guerrilleros, comerciantes, profesores, peseros y choferes) acuden a las nuevas guaraperías del pueblo en busca de su bebida favorita.
Vuelvo con los agentes del Resguardo. Entraban a las casas, buscaban, rompían moyas y hacían desastres. Cuando en cierta ocasión llegaron al expendio de misía Dolores, vieron el letrero “Se vende aguapanela”, pasaron de largo y no se metieron con la doña. Se salvó por el aviso. Lo que hace la publicidad.
Y vuelvo con las medidas en Cúcuta. La semana entrante dizque abren discotecas y bailaderos nocturnos. Pero no se podrá bailar. Las parejas podrán ir a adivinarse las caras en la oscuridad, tomar aguapanela y sentir el roce de las luces que pasan y giran y dan vueltas. Deben estar sentados frente a frente, mesa de por medio, o al lado, asiento de por medio. El tapabocas sólo podrán bajárselo para tomar la aguapanela, y cada media hora pasará un empleado, linterna encendida, rociando gel o alcohol en las manos, por simple prevención. Por nada más.
Bien por el alcalde y sus asesores. Me atrevo, sin embargo, a hacerles una sugerencia: Que autoricen también en esos lugares la venta de aguamielita caliente. La aguamiel es bendita con limón para las gripas, para las fiebres y para la sed. O con jengibre. En esta pandemia el jengibre ha saltado a la fama mundial. Que no haya licores en bares, discotecas y similares, está bien. Pero que no falte el jengibre porque nos lleva el Patas (sin u, señor corrector).
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