Con esta frase, que dicen que dijo Simón Bolívar, se dio comienzo a la batalla más importante de nuestra independencia, el 7 de agosto de 1819, después del almuerzo frugal de los soldados y de la siesta de los generales.
Los buenos soldados, bravos, patriotas, verracos, de la vanguardia, al mando del cucuteño Francisco de Paula Santander, se dirigieron hacia el puente que por allí había, sobre el río Teatinos, en Boyacá. Y se tomaron el puente, con lo cual les cortaron el camino a los soldados del rey. Así comenzó aquella refriega memorable.
Los otros, los vagos, los malos soldados, que en todas partes se cuecen habas, se fueron de puente, “se tomaron el puente festivo” y regresaron el lunes, cuando ya nuestro victorioso ejército estaba entrando en fila india a Santa fé, para recibir los aplausos, los soldados, y las coronas de laurel y las doncellas, los generales.
No sé si será verdad, o será un cuento pastuso, pero lo que sí es cierto, pa Chuchito lindo, es que los nuestros ganaron la Batalla y sacaron corriendo a los españoles, a punta de fuete y de chumbimba, tal como lo quería Rafael Núñez para que no se le dañara el Himno Nacional donde dice que unos soldados sin casco y que no se habían lavado los dientes, lograron la victoria.
Dicen los historiadores, ¡ah, los historiadores!, que además del entusiasmo y patriotismo y buena puntería de los patriotas, hubo dos hechos que fueron decisivos para el triunfo aquella tarde:
El primero fue la ayuda de una niña de la región, Estefanía Parra, de 10 años, que les señaló a los patriotas el camino que había tomado Barreiro esa mañana del 7 de agosto.
-Mire, señor, el hombre malo se fue con sus hombres hacia aquella montañita. Allá están escondidos –le dijo la niña a Santander.
- ¿El hombre malo?
- Sí, así lo llama mi mamá.
-¿Y cómo pasamos el río sin que nos vean?
-Vengan y les muestro el vado, por donde nosotros pasamos; es más bajito y no lleva tanta fuerza.
Por aquella ayuda providencial, los nuestros pudieron sorprender a los españoles y atajarles el camino.
El otro hecho de gran importancia fue la captura de Barreiro. Dos muchachos, el Negro José de 15 años y Pedro Pascasio Martínez, de 12, encontraron escondido al comandante enemigo. El Negro José le disparó, y el comandante tuvo que salir con las manos en alto.
-Mis queridos jóvenes, ¿vosotros no sabéis quién soy yo? les preguntó.
-Sí sabemos- le contestó Pedro Pascasio, y lo amarró, mientras el otro le apuntaba.
-Os doy este morral lleno de morrocotas de oro y dejadme huir.