Esta cuarentena ha dado para todo. Desde hacer planes para lograr un mejor futuro cuando amaine la pandemia, con propósito de enmienda incluido, hasta largas y nostálgicas meditaciones recordando aquellos tiempos que se fueron y que no volverán.
De cuando en cuando circulan por redes sociales algunas imágenes sobre el pasado. Fotos de elementos y utensilios que se usaron hace años cuando el progreso y la tecnología apabulladora aún no habían llegado a nuestras vidas.
Como dicen que recordar es vivir, hoy es un buen día para vivir recuerdos de aquellas épocas que, para bien o para mal, marcaron en los que ya estamos mayorcitos su huella imborrable.
¿Recuerdan la máquina de coser Sínger que en cada casa había, para que la mamá y la abuela pegaran remiendos, arreglaran bolsillos descosidos o voltearan los cuellos de las camisas que ya empezaban a volverse flecos?
En las cocinas no podía faltar el molino de manivela para moler el café tostado y el maíz de las arepas. Como la harina no venía preparada, como ahora, ni el café lo vendían molido en las tiendas, tocaba acudir al molino, humilde, servicial y práctico.
A veces en las madrugadas se escuchaba caer un chorrito sobre algún recipiente. Era la bacenilla que cumplía su función entre las sombras de la noche. No había baños dentro de la casa y el cuartico quedaba lejos en el solar, y lo mejor era tener debajo de la cama un recipiente para en él vaciar la vejiga. Se le llamaba bacenilla o vasenilla, pero con b de burro o con v de vaca, servía para lo mismo. Hoy no se usan, y las bacenillas las utilizan las señoras para sembrar en ellas matas de jardín o yerbas de cocina como perejil, cilantro o yerbabuena.
¿Llegó diciembre y había que poner música? No había problema. Ahí en la sala estaba el tocadiscos, donde el disco giraba y un brazo giratorio con aguja lo hacía sonar. Después llegaron las radiolas, que tenían radio y tocadiscos. Y después nos modernizamos. Los primeros televisores fueron a blanco y negro. Eran unos armatostes metidos en un mueble con patas. La antena estaba en lo alto del techo de la casa y si la señal se iba, alguien debía treparse a darle vueltas a la antena hasta que la señal se acomodara.
Pero antes de que hubiera luz eléctrica, el alumbrado de las casas se hacía con lámparas Coleman, que tenían un tanquecito para echarle gasolina y una caperuza a la que se le prendía fuego y se hacía la luz como el primer día de la creación. Y si no había plata para comprar la Coleman, las señoras se ideaban una lámpara casera con una botella, una mecha y petróleo. Para las salidas nocturnas a la calle o a los caminos, sacaban la linterna, con pilas y un bombillito.
Las planchas funcionaban con brasas del fogón. Y el fogón era de leña, con tres piedras sobre las cuales se ponían las ollas. Y las primeras ollas eran de barro. Y con el barro, los alfareros también hacían tejas y ladrillos.
Las neveras eran gigantes y funcionaban con kerosén. Era una dulzura comprar los pocicles, nombre con que se denominaba a los helados de agua, azúcar y algo de frutas.
Los niños jugaban con trompos, montaban en caballitos de palo y elevaban cometas. Las niñas jugaban con muñecas y con vajillitas de ollas de cocina. Los más grandes jugaban con pelotas de letras y al papá y la mamá.
Todo tan distinto, pero la vida era maravillosa. De verdad, con estos recuerdos uno se llena de nostalgia.
gusgomar@hotmail.com