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Tiempo de cosechas
Aún no he terminado de arreglar mi bolso virtual cuando otros gritos de otro aguacatero en otra carreta con otro equipo de chillidos, me interrumpe. 
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Miércoles, 9 de Agosto de 2017

“Aguacates, aguacates, criollitos y baratos”, grita el hombre de la carreta, con un megáfono que amplifica la voz y los chirridos del aparatejo. “Aquí también le tengo los buenos”, le contesta desde la esquina, a puro pulmón porque no tiene megáfono, otro vendedor de aguacates, que todos los días llega con una carretilla de madera y se parquea en el cruce de la calle y la avenida, cerca de mi casa. 

Sin embargo, el de la carretilla está en desventaja por la falta del altoparlante  y porque necesita fuerza para mover la pesada carretilla, en tanto que al de la carreta le basta con empujar su vehículo y éste rueda dócil por las calles. La carreta lleva un techo para mitigar el sol. En la carretilla, en cambio, los aguacates y el hombre reverberan al medio día.

Aún no he asimilado bien los gritos de los aguacateros, cuando tocan a la puerta. Es un campesino (o parece serlo por la vestimenta y el sombrero) con un bulto de limones al hombro. “Veinte por mil”, me dice en un tono que tiene más de limosnero que de vendedor. Le compro dos mil pesos de limones y en ese preciso instante llega una señora, también con pinta de campesina, ofreciéndome “miel pura, de abejas, que traigo de Salazar de las Palmas”.

Vuelvo a sumergirme en la lectura fascinante de un libro de ciencia-ficción, “Maduro: un empujoncito y basta”, cuando me desconcentra la música a todo volumen de un carro que pasa anunciando, con pasodobles y carranga, las fiestas de Chinácota, “las mejores del mundo”, según grita una grabación. Nadie lo duda y mentalmente preparo maletas para perderme unos tres o cuatro días en la paradisíaca ciudad de los chitareros.

Aún no he terminado de arreglar mi bolso virtual cuando otros gritos de otro aguacatero en otra carreta con otro equipo de chillidos, me interrumpe. Es tiempo de cosecha de aguacates, pienso yo, y me alegra que haya abundancia y que sobren alimentos, porque detrás pasa el que ofrece bananos y el de la piña y la señora de los tomates y el amigo de las hierbas. 

Pero la cosecha no es sólo de productos del campo. También en este tiempo hay cosecha de cometas y los domingos el cielo se llena de colores bamboleantes que mueven la cola con donosura, como muchachas quinceañeras que muestran sus bellezas y virtudes.

Y hablando de mujeres, en los parques de Cúcuta hay cosecha de mujeres venezolanas que vienen a ver qué consiguen en esta su ciudad vecina que les abre puertas y corazones. Las autoridades las dejan, los bares las contratan y los hombres las buscan para ayudarlas.
   
Y eso no es todo. La cosecha también es cultural. Autores regionales publican libros y los auditorios se llenan como sucedió en días pasados cuando Serafín Bautista Villamizar presentó su más reciente libro: Hasta el viento olvidará mis pasos, y se llenó la Torre del Reloj, y el saxofón y el vino y los poemas llenaron la noche de una exquisita belleza. Igual había sucedido antes con el libro de Crónicas divertidas, las mejores, de Orlando Clavijo Torrado, y sucedió el sábado pasado con el libro de cuentos de Orlando Cuéllar, que llenó uno de los grandes salones de la Biblioteca Julio Pérez Ferrero.
   
Es gratificante saber que estamos en cosecha de libros  y que seguirán llegando porque ahora se nos viene la Fiesta del libro y allí estará Escribarte con un hermoso libro sobre Pedro Cuadro Herrera, nuestro compañero poeta fallecido.
   
Que sigan los aguacates, pero ojalá sin la estridencia de los gritos, y que sigan las cometas y siga la cosecha de mujeres y la cosecha de libros. Tiempo de cosechas. ¡Qué bueno!

Una ñapa: Me dicen que también hay cosecha de raponeros y de ladrones. Ojo con ellos. Lo que pasa es que les ayudamos. Damos papaya, sin ser cosecha de papayas.

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