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¡Tan perros!
 Los celadores lo conocían, le daban algo de comida y en invierno lo abrigaban.
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Jueves, 23 de Julio de 2020

El cuento es que murió en Ámsterdam el dueño de un perro, y el animalito fue todos los días al cementerio a visitar la tumba, durante quince años, hasta que también falleció. Llegaba a las 6 de la mañana cuando abrían el camposanto, se echaba sobre el césped y allí permanecía hasta la hora del cierre. Sólo se levantaba para ir hasta la fuente cercana a calmar la sed.

Quince años sin faltar un solo día. Los celadores lo conocían, le daban algo de comida y en invierno lo abrigaban. Los familiares del difunto visitaban la tumba de cuando en cuando al comienzo, hasta que definitivamente se olvidaron del muerto. No sucedió lo mismo por parte del perro, que jamás olvidó a quien fuera su amo.

Nadie supo jamás cómo se llamaba el perro. Los celadores simplemente lo llamaban Perro.  Desde la muerte del dueño, Perro se volvió un perro triste, no jugaba, no corría, no ladraba. No movía la cola ni tenía la mirada alegre. Perro tenía la tristeza larga, como en la canción de Piero. Cuando murió, sus amigos los celadores, lo enterraron al lado de su amo.

La historia de Perro se regó por la ciudad y por los Países Bajos. Fue un ejemplo de fidelidad, primero local, luego nacional y después por todo el mundo. Alguien propuso el 21 de julio, día de la muerte de Perro, como una fecha para honrar a los perros a nivel internacional. Esa es la razón por la cual, el martes pasado todos los perros estaban celebrando su día, este año en medio de las incomodidades de la pandemia. Ladraban, correteaban, jugueteaban. Ese día no mordieron. Y con los perros, celebraron sus amos, algunos de los cuales también son muy perros.

No es la única celebración de los canes. Hay día de los perros callejeros, día de los perros-policías, día de los perros sin raza, día de los perros falderos y día de los perros perdidos. Lo que quiere decir que los perros ocupan un lugar muy especial en la vida del hombre. 

Los perros de San Bernardo dizque rescatan a caminantes perdidos en la nieve. Llevan al cuello una canastilla con una jarrita de vino para fortalecer al desfalleciente caminante. Eso dicen. Yo no los he visto. Tampoco he visto, pero dicen que hay perros del ejército que detectan  minas quiebravidas, que la guerrilla entierra sin importar a quién hagan daño. Hay perros que mueren en ese triste oficio. Son también héroes de la patria. Con tricolor y todo.
   
Yo soy amigo de los perros, sean de cuatro o de dos patas. Porque de todo hay en esta pandemia.  Por ser del campo, mi vida ha estado ligada a los animales. Siempre me he preguntado por qué los perros manifiestan su alegría moviendo la cola, y nadie ha podido explicarme qué relación puede existir entre la cola y el corazón. De los animales, digo.
   
Tengo un amigo que a su bella mujer, compañera de muchos años, le dice cariñosamente “mi perrita”. Y ella sonríe, mueve la cola y le aúlla. Siempre que hablo de perros la recuerdo. O mejor, siempre que hablo de mujeres bonitas recuerdo sus gruñidos y sus ojos alegres y su nariz fría.
   
En mi infancia tuve un perro, llamado Príncipe, a quien le dediqué un poema:

“Príncipe fue compañero de jornadas 
de trompo y de pelota,
y aprendió a amar las flores y el crepúsculo.
Después se metió entre mis versos
como antes se metía en mis cobijas”.

gusgomar@hotmail.com

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