Decíamos la semana pasada que se nos metió la sarna a Cúcuta, y que no sabíamos de dónde nos llegó. El asunto tiene su gravedad porque será muy jarto el día en que todos andemos buscando una esquina de ladrillo o un horcón para rascarnos la espalda.
Pero más demoré en publicar mi columna que en empezar a recibir mensajes en pro y en contra de lo que allí decía.
De Venezuela me llamó un amigo para decirme que el mayor sarnoso que había llegado a su país era un colombiano, cucuteño para más señas, llamado Nicolás Maduro. Que él les había contagiado el virus a unos cuantos y que por eso estaban pensando en hacer una fumigación total para acabar con la plaga. No sé a cuál plaga se refería mi amigo, pero imagino que era al ácaro, animalejo que produce la sarna.
Una fulana desconocida me escribió en son de regaño para decirme que estaba muy equivocado si yo creía que las esposas sólo servían para rascar la sarna. A ella debo decirle que jamás dije ni quise decir que las casadas sólo servían de rascadoras de sarna. No. Sirven para muchas otras cosas: lavar los chiros, pegar botones y hacer de comer, además de que son trabajadoras, sumisas y colaboradoras. Admiro a las mujeres, pero sólo las casadas saben rascar donde está la piquiñita y lo hacen con tal gracia y cariño, que la sarna se vuelve placentera.
Alguien me dijo que le había gustado el artículo, pero que me habían faltado algunos refranes sobre la sarna. Tal vez sí. Olvidé mencionar aquel que dice que los burros se buscan para rascarse. Y es cierto. A veces uno ve manadas de burros dándose contentillo entre ellos mismos, es decir, rascándose unos a otros, ayudándose a aliviar entre todos la picazón de la sarna u otras picazones.
Una señora me detuvo en la calle para decirme que la columna habría sido más completa y más beneficiosa si hubiera dado algún remedio para combatir la sarna. Para eso, digo yo, están los profesionales de la salud, médicos o curanderos, aun cuando decía mi mamá que la creolina mataba la infección. Otros aconsejan vinagre o jugo de limón.
En esto de los medicamentos para curar la sarna, hay que tener en cuenta quién o quiénes son los sarnosos. Porque si se trata de gente de la clase alta, ricachones que llaman, la sarna no se llama sarna sino alergia, y entonces hay que combatir la alergia con medicamentos sofisticados, cremas para la piel y sueros para fortalecer el organismo.
Pero si el sarnoso es uno de los de abajo, de las clases populares, la sarna toma el nombre de carranchín, y en ese caso lo mejor es proporcionarle al sarnoso un pedazo de papel lija y una botella de alcohol.
Finalmente valdría la pena saber en qué se diferencia la sarna de la tiña, porque si son la misma cosa, hay un refrán que se aplica muy bien: Si la envidia fuera sarna, cuántos sarnosos hubiera.