La fe mueve montañas, dice la Biblia. Pero hay que ponerle ganas, digo yo. Porque hay mucha gente que tiene ganas de que algo suceda, pero no le pone fe, y así la montaña no se mueve. O al revés: tiene fe pero no le pone ganas y la cosa tampoco funciona.
Pa completar, hemos perdido la fe. “Saque la sombrilla porque hoy va a llover”, dicen los climatólogos en la televisión o twitean los aficionados. Preciso: Ese día no llueve. La sombrilla, entonces, sirve para cualquier otra cosa, menos para protegerse de la lluvia, que no llega. Por eso la gente ya no les tiene fe a los adivinadores sobre el clima.
El almanaque Brístol, que no se equivocaba en los pronósticos del clima, ahora no acierta ni una. Los campesinos, que antes dependían de don Brístol para hacer sus siembras o echar la camada de pollos, ya tampoco le creen.
Anteriormente, las cabañuelas eran efectivas. Los primeros días del mes de enero reflejaban cómo iba a ser cada mes en cuanto a sol o lluvia. Eran efectivas. Hoy las cabañuelas aprendieron a ser incumplidas y, en consecuencia, ya tampoco nadie les cree.
Y hasta los refranes ya perdieron su validez en los tiempos modernos. “Abril, aguas mil”, decían los viejos. Y este año, por ejemplo, empezó abril con los calores fuertes de verano, sin las lloviznas de antes.
Hemos perdido la fe en todo. Los medicamentos de estos tiempos no sanan. Son pañitos de agua tibia, decía mi mamá. Recuerdo que, de niño, a los muchachitos nos purgaban para las lombrices, con bebedizos de hierbas amargas que la abuela preparaba. Las lombrices salían porque salían. Ahora el médico formula unas bebidas dulces, unos jarabes sabrosos, que no sólo no acaba con las lombrices sino que les alegra la existencia.
Desafortunadamente hay mucha gente que tampoco cree en los curas. Dicen que creen en Dios y que prefieren entenderse directamente con Él, pero sin intermediarios. Allá ellos, pero creo que les va a quedar más difícil llegar arriba sin el agua bendita y sin la misa y sin los óleos y el crisma. Ya viene la Semana Santa, y muchos, en lugar de ir a la iglesia, al viacrucis o a la procesión, corren a la finca, al río, al mar. Los veré cuando don Sata les esté metiendo candela cuello arriba.
Hemos perdido la fe en nuestras autoridades. La Policía, por ejemplo, hace unos años, era una institución respetable. Hoy sucede lo contrario. Muy pocos le tienen fe. Muchos les corren a los uniformados como a la peste.
Y lo peor. Los políticos. Ser político es sinónimo de ser mentiroso, promesero, ladrón de cuello blanco. Es una lástima, porque la política es necesaria. Dicen las comadres que se echan todos los políticos a hervir en una olla y no sale ni un caldo. Antes no era así. O sí, pero no tanto.
¿Y qué decir del presidente? ¡Pobre Juampa! Nadie, ni siquiera sus amigos, le creen. Sé de muchos que, cuando va a hablar el presidente, apagan el televisor. “Se me puede dañar el aparato”, dicen. Yo creo que el presidente debería el Viernes Santo, a las tres de la tarde, echarse el baño de las siete hierbas, a ver si se cura de su mala suerte. Porque nada le sale. Nos hizo perder la fe en el Gobierno y nos quitó las ganas de votar en elecciones. Sin fe y sin ganas, nos llevó el patas.