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Simeón Rodríguez Lázaro (I)
Un hombre que hizo historia en Las Mercedes.
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Miércoles, 27 de Abril de 2016

Un amigo me llama desde Bogotá para comunicarme que ha fallecido en esa ciudad Simeón Rodríguez Lázaro, un hombre que hizo historia en Las Mercedes.

Los recuerdos se me agolpan y no me queda más remedio que volver a escribir sobre ellos, con la seguridad de que el destino no fue justo en los últimos años con Simeón, y que, cuando el pueblo vuelva a su normalidad, habrá que levantarle una estatua a su memoria.

Simeón llegó a Las Mercedes una tarde cualquiera, llena de calor y de arreboles. Nadie supo de dónde venía, pues cuando lo vimos, el hombre estaba en la plaza, con una mula y su familia y sus corotos, preguntando dónde arrendarían una casa, pequeña y barata, para instalarse allí.

Encontró una casa de techo de paja, piso de tierra y paredes de bahareque, por los lados de la quebrada, en una parte alta desde donde se divisaban las aguas mansas y cristalinas de la Agualisa.

Allí se acomodó y desde allí empezó a darse a conocer como un hombre trabajador, honesto y servicial, pero de mal genio. Poco sonreía y cuando lo hacía, una cicatriz que le atravesaba el rostro, le afeaba aún más su presencia. Pero un diente de oro, macizo y amarillo, le hacía reflejos con el ardiente sol de Las Mercedes.

Hacía de todo: cogía café, tapaba goteras y cargaba leña en su mula para las cocinas.

Un día supo que la Colpet (Colombian Petroleum Company) se iba de Tibú y que estaba vendiendo sus carros viejos. Simeón vendió la mula y sus herramientas y obtuvo un préstamo de la Caja Agraria. Desapareció del pueblo y a la semana siguiente regresó, contratando obreros que le ayudaran a llevar al hombro su carro desarmado. Sin que nadie lo supiera, Simeón se había vuelto mecánico, chofer y empresario de vehículos en un pueblo que ni siquiera tenía carretera.

Durante dos meses, Simeón pegó latas, clavó tuercas y tornillos, ajustó arandelas, amarró palos y tablas, arregló el motor, y el  24 de septiembre, día de la patrona, Nuestra señora de Las Mercedes, el carro estuvo listo para hacer su entrada triunfal por la calle larga del pueblo. Con resoplido de una manada de elefantes y a dos kilómetros por hora, el carro, manejado por el propio Simeón, llegó a la plaza, donde un tumulto lo recibió con aplausos y voladores.

Con la presencia del alcalde de Sardinata, dos concejales y el personero del municipio, que sirvieron de padrinos, y con la bendición del cura, vestido de ornamentos verdes, se produjo el ingreso de la población a la era del progreso y la tecnología.

La gente toda, niños y grandes, hombres y mujeres, cojos y ciegos, se disputaban el honor de darle la vuelta al pueblo en el carro de Simeón, por tan solo un peso. Los domingos  la cola era larga en espera del turno para montar en carro.

Con el tiempo, pasó la fiebre. Entonces Simeón construyó una carreta de palo y la enganchó a su carrito. El alcalde le dio el contrato de recoger las basuras del pueblo, que arrojaba a la quebrada. Cargaba arena y piedra para las construcciones. Hacía trasteos. Y llevaba las gentes de paseo al río.

Por eso es por lo que digo que Simeón marcó toda una etapa de progreso a la región. Y que se merece una estatua.

(El próximo martes: Simeón, empresario de la comunicación radial.)

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