Yo sé que me van a caer rayos y centellas y excomuniones y exorcismos, de curas, monjas, monseñores, caballeros del santo sepulcro, abogados del diablo y sacristanas, como ahora se estila, porque le digo santo a un médico bueno al que todavía no han canonizado.
No me preocupa en lo más mínimo, primero porque soy amigo de Francisco, con quien nos chateamos con frecuencia. A veces le escribo “llámame Francisco”, y él me contesta “che, llamáme vos, que las finanzas del Vaticano están quebradas.
Ojalá yo fuera columnista de La Opinión”. Cuando me dice eso, pienso que no es cierto lo que nos enseñó Astete: que los Papas son infalibles, que no se equivocan.
En segundo lugar, no me preocupa porque santos son todos los que mueren en gracia de Dios, por lo que yo estoy seguro de que José Gregorio no sólo es un siervo de Dios, ni un beato sino todo un santo, así no haya llegado a las páginas del santoral.
En tercer lugar, por la cantidad de milagros que hace a los que lo invocan. Yo mismo, hace poco, fui sometido a una cirugía, en Bogotá.
La operación fue un éxito, pero en el proceso de recuperación tuve algunas complicaciones que me la iban poniendo peluda. Cuando entraba el médico, de bata blanca, yo lo miraba a ver si llevaba barba larga y canosa como la de san Pedro.
En esas estaba cuando me acordé de un santo, cuya imagen mi mamá veneraba con especial devoción. Me llamaba la atención que no llevara corona como todos los santos, sino sombrero como cualquier Cicerón o cualquier campesino de Las Mercedes.
Le colgaba al pecho un estetoscopio como todo médico que se respete y no un rosario o escapulario como santo que se respete.
-Es un santo que todavía no es santo –me contestó, cuando le pregunté quién era ese santo con facha de médico pobre. -Dicen que hace muchos milagros, sana enfermos, pone a ver a los ciegos, les desenreda la lengua a los tartajos y les quita el negocio a las funerarias.
Después supe que la iglesia no lo había canonizado porque algunos brujos, santeros y curanderos, en Venezuela y en Colombia, lo han puesto de fetiche para hacer supuestas “curaciones” de cuerpo, de alma y de bolsillo. Lo usan de puente para comunicarse con espíritus del más allá y del más acá.
De modo que el pobre José Gregorio Hernández, médico de profesión, filántropo y generoso como los médicos de antes del San Juan de Dios en Cúcuta, nacido en Isnotú, estado Trujillo, Venezuela, ha tenido que pagar las habas que el burro se comió. Creo que no es justo lo que han hecho con este santo verdadero, y de ello chatearé la próxima vez con Su Santidad.
En Cúcuta se radicó Arturo Valero Martínez, quien fuera cónsul de Venezuela en esta ciudad, antes de ser república bolivariana de Venezuela. Arturo es académico, estudioso de la historia, comentarista político de la situación de su país y buen amigo. Pero sobre todo, es impulsor de la canonización de José Gregorio Hernández. Está en proceso de publicar un libro sobre el santo, mostrando las diversas facetas de su vida y rindiéndole un merecido homenaje, al cual yo me sumo, a ver si le sacamos el quite a la Pelona unos años más.
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