Los recuerdos económicos que nos deja este 2025 tienen un sabor agridulce, como una bandeja paisa sin chicharrón. Por un lado, las cifras parecen inflar el pecho de cualquiera: según The Economist, Colombia sacó pecho como la quinta economía mundial en crecimiento durante el segundo trimestre, y para el tercero, escalamos al cuarto lugar con un 3.6%. Sin embargo, este crecimiento es como un mercado hecho a punta de tarjeta de crédito, pues se basa en el consumo y no en la inversión productiva. Por eso, el DANE, aterrizándonos de un solo "tramacazo", proyecta un cierre de año entre el 2.8% y el 3%.
Este reconocimiento internacional fue el combustible perfecto para que el presidente Petro, en su habitual estilo de "dueño de la verdad", sacara los bombos y platillos. Manifestó con orgullo que por eso los "verdaderos empresarios" ahora sí hacían fila para hablar con él. Pero, como en Colombia del dicho al hecho hay mucho trecho, surge la pregunta del millón: ¿Por qué una semana después de celebrar ese supuesto milagro económico, el Gobierno sale a declarar la emergencia económica? La coherencia brilla por su ausencia, igual que la ejecución presupuestal.
El segundo trimestre fue un "tire y afloje" tributario. El Gobierno presentó una Ley de Financiamiento con la que pretendía sacarle al bolsillo de los colombianos 26 billones de pesos para tapar el hueco del Presupuesto General. No obstante, tras un fuerte "tijeretazo" en el Congreso, la cifra bajó a 16.3 billones. Al final, el proyecto se hundió más rápido que piedra en pozo, y el Congreso le dio un "no" rotundo. Ante la falta de plata, el presidente activó la emergencia económica, una medida que los expertos ven como un pañito de agua tibia para un enfermo en cuidados intensivos, pues esos 16 billones apenas cubren un lánguido 3% de los gastos calculados.
En las regiones, la gente sobrevive gracias a las remesas. El chorro de dólares que envían los paisanos desde Estados Unidos y España sigue creciendo, pero aquí el milagro se diluye porque la baja cotización del dólar hace que, al cambiar la plata, los pesos rindan menos que un sueldo mínimo en diciembre. Y es que el billete verde no depende de los discursos de balcón, sino de los movimientos de la FED (Reserva Federal de los Estados Unidos) y de la estrategia de Donald Trump, a quien le conviene un dólar barato para que sus productos inunden el mercado.
Para rematar, el petróleo sigue bailando al son de la guerra. Cualquier amague de paz entre Rusia y Ucrania o un bajonazo en la demanda mundial desploma los precios del crudo, dejándonos con los crespos hechos. En conclusión, entre cifras maquilladas, emergencias de última hora y un Gobierno que gasta como si estuviéramos en la opulencia mientras pide limosna, queda claro que aquí nada está asegurado y el que se duerme, se lo lleva la corriente.
Al final, Petro, gracias a sus matemáticas cuánticas, despide el 2025 cantando a todo pulmón como Crescencio Salcedo en su icónica canción: ‘Yo no olvido al año viejo, porque me ha dejado cosas muy buenas’. Lo malo es que al pueblo lo que le dejó fue el guayabo de una fiesta que no disfrutó."
"Así las cosas, yo prefiero brindar por la resiliencia de quienes no se rinden. Como dice la canción: me dejó una chiva, una burra negra y una yegua blanca... pero sobre todo, me dejó el honor de ser leído por ustedes. ¡Feliz año nuevo y que el éxito no sea un decreto, sino su realidad!"
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